Península
En 2016 Tren a Busan se convirtió en un pequeño fenómeno y demostró que se pueden hacer muy buenas películas dentro del subgénero de zombies con una idea potente. Cuatro años después, ha llegado el turno de su continuación, que para bien y para mal, es más bien una secuela espiritual donde los únicos puntos en común son los zombies y que la acción tiene lugar en Corea del Sur. Os hablo de Península.
Han pasado cuatro años desde que se originó un virus zombie que arrasó Corea y el país se convirtió en un terreno postapocalíptico en el que apenas quedan habitantes. Pero un grupo de marginados arriesgarán sus vidas adentrándose en el país con la misión de recuperar una gran suma de dinero de un camión abandonado.
Su comienzo puede ser lo más parecido que hay en esta película a la anterior: Un espacio contenido que es el caldo de cultivo perfecto para generar tensión y desorientación aderezado con un buen drama familiar. Unas escenas que remiten al espectador a los comienzos del brote de la infección y a todo ese pánico inicial en medio del caos que tan bien funciona. Y ese comienzo es la única pista de que tanto Tren a Busan como Península están encuadradas dentro del mismo contexto espacio temporal, ya que con esta secuela se persigue el dicho de que cuanto más grande mejor, solo que es un dicho más teórico que práctico.
La acción está a la orden del día, y es lo que más a va a primar durante todo el metraje. Una acción de un ambiente postapocalíptico a gran escala, como si estuviese sacada de la filmografía más ochentera de John Carpenter o de Mad Max, tanto las más antiguas como la más reciente. Y lo cierto es que ese ambiente de ciudad a gran escala destruida y deshumanizada está muy logrado, donde todo se siente pesado y tosco. Todo este aspecto se complementa con el hecho de que los humanos supervivientes son todos personas muy rudas, armadas hasta los dientes y dispuestas a cualquier cosa con tal de asegurarse su bienestar y supervivencia. Pero a diferencia de las cintas nombradas que se apoyaban más en los efectos prácticos, aquí se nota la preferencia por los efectos digitales, en ocasiones hasta el punto de provocar sonrojos.
Al expandir los horizontes y no estar limitados a una única localización, no faltan secuencias de persecución vertiginosas y estilizadas que podrían recordar al trabajo de Edgar Wright en Baby Driver. Dado que la mayoría de la acción transcurre de noche, es interesante de ver los recursos lumínicos que se emplean, pues con muy poco se consigue darle a la ciudad un tono cálido entre tanta negrura y en cierto modo contribuir al tan ansiado suspense. Y como no podía ser menos, también hay momentos en los que los movimientos de la cámara son de puro deleite a la hora de transmitir la tensión y la desorientación en todo su esplendor, y, por ende, de poner al espectador en un estado de alerta.
El mayor problema viene que al trasladar la acción a varios frentes, no todas las subtramas resultan igual de interesantes. Esto se suma a los hechos de que los personajes no tienen un conflicto tan potente, que sus objetivos no terminan de estar del todo claros, que al ser todos tan duros de roer es difícil sentir simpatía por alguno y que en más de una ocasión las decisiones estúpidas hacen acto de presencia. Tampoco ayuda que haya muchos altibajos en el ritmo y la tensión se sienta muy disipada al no haber tanto sentido de urgencia. Y el melodrama final, si bien es necesario para incluir algo de dramatismo que tenga sentido, se siente forzado dado que no había aparecido previamente.
En líneas generales, se trata de un entretenimiento muy digno, que se distancia por completo de su película antecesora pero que palidece ante esta y que tal vez hubiese funcionado mejor si no se la hubiese promocionado como la continuación de Tren a Busan y fuese algo aparte.