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La fiebre de Petrov

Allá por 2019 me topé con una pequeña sorpresa que quedó grabada a fuego en mi cabeza. No era otra que Leto, una película que tristemente pasó sin pena ni gloria por las salas de cine y tampoco tuvo mucho calado entre el público. Sin embargo, debido al impacto positivo que me generó tenía ciertas expectativas para el siguiente proyecto de su director, que por causas mayores también ha pasado más bien desapercibido. Pero como reza el refrán, nunca es tarde si la dicha es buena, por lo que la espera en mi caso ha valido la pena.

Basada en la novela Petrovy v grippe i vokrug negó de Aleksei Salnikov, la historia sigue a Petrov, un escritor de cómics en la Rusia postsoviética con su maltrecha familia. El país no atraviesa su mejor momento, pues una epidemia de gripe parece cernirse sobre la población. Petrov no es inmune a esto, como tampoco lo es su amigo Igor ni su familia, por lo que todos van a experimentar a causa de los delirios inducidos por la fiebre una mezcla entre el mundo real y la fantasía, donde los limites se desdibujan por momentos.

Al tratarse de una adaptación literaria, he de empezar estas líneas haciendo el breve comentario de que no estoy familiarizada con la novela original, por lo que mi opinión se va a basar exclusivamente en lo visto en la película. Y vaya que lo que se muestra en pantalla da para comentario. Si ya la premisa de surrealismo con la excusa de la fiebre es prometedora, Kirill Serebrennikov tiene mil y una formas de arrastrar al espectador a ese delirio entre nieve y hormigón. Desde los planos secuencia iniciales en el autobús que tanto agobio producen debido a la masa de gente enlatada en el vehículo y combinados con las permanentes toses de Petrov, los saltos narrativos que va pegando la cinta de un personaje a otro a priori sin conexión aparente, las retahílas de los personajes sobre temas que van desde lo social, lo político o lo filosófico sirviendo como metaficción a lo que es la Rusia contemporánea de manera atemporal, los inevitables paralelismos de la mencionada epidemia con acontecimientos no muy lejanos de la historia actual, las diferentes elecciones para explorar los recuerdos más profundos de la memoria, como un cambio de formato o el uso del blanco y negro haciéndolo todo más anárquico; o los grados de irrupción de la fantasía en el mundo cotidiano, haciendo dudar por igual a los personajes y a los espectadores sobre la realidad de lo que está ocurriendo. Todo tiene cabida en esta alucinación colectiva.

Y sería muy sencillo que Serebrennikov simplemente quisiera divagar sin ningún hilo conductor detrás, realizando virguerías con la cámara y usando la excusa del estado febril del propio filme para que todo derrapase hasta el punto de convertirse en un disparate. En ningún momento es una película que le pone las cosas fáciles al espectador medio, es él quien decide si quiere entrar en esta ensoñación tan provocadora. No seré yo quien lo niegue, especialmente en el primer acto los saltos narrativos que se producen de un personaje a otro pueden ser muy confusos y hasta cierto punto frustrantes con sus transiciones tan alocadas, pues tal vez los sucesos de una trama sean más interesantes que los de otra, pero todo cobra algo más de sentido (dentro de lo que el propio contexto permite) cuando las tramas se fusionan y tal vez algunos comportamientos previos quedan más clarificados, insisto, dentro de un contexto muy particular donde el surrealismo baña cada rincón de la ciudad.

La fiebre de Petrov

Sin embargo, una vez que ese teórico nexo se ha producido, la narrativa va todavía más a la deriva, ramificándose en más posibilidades a base de ensoñaciones y significantes complejos a los que cuesta encontrarles un razonamiento, si es que acaso los tienen o que tal vez sean más fáciles de hallar en un hipotético segundo visionado. Es así como los puntos álgidos con todavía más notables, pero del mismo modo esa irregularidad narrativa y estilística supone que la caída en determinadas escenas sea mucho mas pronunciada. Y sorprendentemente en medio de todo ese caos sin aparente orden, hay retazos muy interesantes que analizar respecto al pasado, presente y futuro, a lo que significa la familia como ente propio y a los comportamientos de la sociedad, aunque para ello haya que hacer un esfuerzo considerable para navegar entre las viñetas desatadas de una mente tan alocada como estimulante.

Al final la fiebre no es más que un mero síntoma de algo que si no se trata a tiempo puede causar daños irreparables en el organismo. Es una de las más grandes señales de alerta de que algo no funciona adecuadamente, algo que en este caso es la excelente radiografía de la sociedad que se muestra en la película, una donde tal vez es más fácil dejarse llevar por los sudores, las subidas de temperatura y el malestar general que tratar de encontrarle una cura, una medicina que parece que nadie quiere. El viaje inducido por este síntoma pueda ser fatal para algunos, pero en ocasiones solo después del delirio más absoluto se ven las cosas con claridad, por lo que a veces un mal viaje es la mejor medicina.

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