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Slow - Reseña de la película

Las películas románticas tienen dos puntos de clímax fundamentales: el primer beso y la primera vez que los protagonistas tienen sexo. Eso es así en, prácticamente todas las roncom que hemos visto. Excepto en el cine clásico, ahí la sutileza y la seducción priman sobre el morbo y el deseo.

La libertad sexual es un concepto que ya no nos resulta (o no debería) tan extraño como a las generaciones anteriores. El deseo no se elige, eso me lo enseñó mi loquero y pasamos muchas horas debatiendo sobre el ideal relacional que cada uno construye y como en ocasiones choca con el que la sociedad configura. Una cajita estrecha y apretada en la que tiene que caber una conexión entre dos personas que se acaban de conocer, que están descubriendo lo que sienten, adónde les llevará ese sentimiento que aún ni siquiera comprenden del todo. Encapsular el amor para que llegue al clímax, algo que hemos normalizado hasta creer que es la única opción posible.

Slow va más allá, o quizás no, pensándolo bien, realmente no es una cinta que trate de profundizar en conceptos complejos o debates filosóficos y trascendentales sobre qué es el amor. Slow simplemente nos presenta a Elena (Greta Grineviciute), profesora de baile y Dovydas (Kestutis Cicenas), intérprete de lenguaje de signos que acude a trabajar en sus clases. Ella es fuego, tierra, pasión, baila conectando con sus emociones más profundas y sabe cómo transmitirlas sin palabras. Dovydas también siente la música, y a través de su trabajo como interprete permite que quiénes no pueden escuchar las canciones, las sientan. La música… ahí sí que reside un tipo de amor puro y verdadero.

¿Cómo puedes saber que te gusta la persona que te gusta? Es una pregunta que Elena le hace a Dovydas cuando le explica que tiene sentimientos por ella, pero que es asexual. Y entonces, si no puedes tener sexo con esa persona, si no te atrae físicamente, si no despierta tu libido y protagoniza tus fantasías eróticas, ¿qué queda?

La directora Marija Kavtaradze configura una trama que no calificaría de romántica porque hemos vapuleado ese término sin piedad durante años. La historia que ha construido, a través de un guión lleno de reflexiones y conflictos que rompen estereotipos, es la historia de dos personas. Sin más. Tan simple y a la vez tan complejo como enamorarse. Slow consigue hacer entender al espectador que eso, esa magia, ese imposible, ha sucedido entre ellos. Y los protagonistas lo demuestran a través de una química bellísima.

La fuerza con la que baila Elena, la complicidad que comparten cuando construyen su propio universo rodeados de gente. El arte que vive en la música, el baile y también en la interpretación que hace Dovydas, porque traducir es tratar de acercar realidades lejanas para hacerlas comprensibles. Y especialmente, la empatía que cada uno pone en práctica cada día con todas sus fuerzas para que el castillo de naipes no se tambalee. Porque aunque traten de evitar mirar, el elefante en la habitación es cada vez más grande.

Una película de sentimientos, esa definición me gusta más que romántica. De sentimientos encontrados y desconocidos que chocan entre dos personas que intentan hacerlo lo mejor posible.

Es muy complicado aprender a ordenar e interpretar los afectos. Sobre todo si no encajan en los convencionalismos sociales y en la propia experiencia que te hace reaccionar con miedo ante lo que desconoces. Es muy extraño para la mente entender que alguien que te quiere, no te desea de la forma que tú necesitas. Y ahí reside el conflicto principal de la trama y lo que la hace única al plantear que no existe una única forma de amar, eso ya lo sabíamos, pero que tampoco existe una sola forma de sentir que te aman.

Coincidir, eso es lo complicado.

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