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Smile - Reseña de la película en Filmfilicos

Si en algo podemos estar de acuerdo los seguidores del terror es que 2022 tiene todas las papeletas para pasar a la historia como uno de los años más prolíficos del género, donde en la inmensa mayoría de los casos la cantidad y la calidad van de la mano. Por si esto no fuera suficiente, la variedad también juega un papel fundamental en este resultado, por lo que cada uno tiene donde elegir: desde propuestas independientes con muchísima personalidad pasando por la vuelta de algunas sagas de sobra conocidas para el imaginario colectivo hasta proyectos de estudio que resultan en agradables sorpresas, entre muchas otras vertientes. La película de hoy sin duda estaría incluida en la última categoría, donde a priori no hace mucho ruido pero gracias a una efectiva campaña de marketing poco a poco se ha convertido en un éxito. Os hablo de Smile.

Rose Cotter es una psiquiatra que tras presenciar el traumático pero extraño suicidio de una paciente comienza a experimentar una serie de sucesos inexplicables. A medida que los sucesos se van agravando y no solo la afectan a ella, Rose deberá investigar si alguna manera de librarse de lo que le está pasando antes de que sea demasiado tarde, aunque para ello deba enfrentarse a su pasado.

Una de las primeras características que hay que aplaudir de la cinta es la capacidad que tiene para hacer que su elemento principal resulte aterrador, pues la sonrisa podría ser algo que involuntariamente se tornase cómico (de hecho, es un gesto que por regla general suele ser sinónimo de buenas sensaciones y sentimientos positivos) y sin embargo, debido al más reducido número de escenas donde se muestra en todo su esplendor y la atmósfera que se crea en torno a ellas hace que sea grotesco y difícil de olvidar, creando una mueca reconocible donde tanto la propia Rose como el espectador sabe que es algo poco natural, que causa gran impresión y que efectivamente, es imposible de borrar una vez se ha visto. Esta disposición para ser memorable funciona tanto para el espectador como para la propia narrativa, recordando a la maldición de Samara en The Ring solo por el mero hecho de ser testigo de una desgracia indirecta o de forma más reciente a It Follows por la propia mitología, que si bien es muy sencilla de desarrollar, resulta inevitable acordarse de la película de David Robert Mitchell una vez se va profundizando en los porqués.

Dicho esto, con tan sencillo gesto no es de extrañar que la gran fuente de terror del filme sea los jumpscares, unos sobresaltos que si bien solo dan un susto temporal dejando a su paso todo tipo de reacciones entre el público y si se tiene suficiente bagaje no sorprenden, sí da la sensación que Parker Finn tiene un dominio absoluto de la cámara, sabiendo guiar el ojo del espectador hacia donde él quiere, desviando la atención del foco para acto seguido salir por la tangente con un susto en cierta forma inesperado y regalar algún que otro jumpscare muy conseguido, con el que se ha tomado su tiempo en desarrollarlo hasta que finalmente llega con todo en unas secuencias que, salvando las distancias, podrían recordar al mismo pulso de James Wan en Insidious o Expediente Warren.

Smile

Y aunque los jumpscares tengan su atractivo y sean muy eficientes, debajo de toda esa capa de sustos más fáciles desde la primera escena se intuye algo más, algo incluso más siniestro que se va desarrollando a lo largo de la cinta y no es otro que todo un terror derivado de las enfermedades mentales, algo que por otra parte si no estuviera plasmado con el tratamiento adecuado se caería por su propio peso. Con esto no quiero decir que la película sea un análisis exhaustivo de dicho problema, pues no lo es ni lo pretende, pero si son muy loables los miedos que extrae de ahí, como por ejemplo si es una cuestión hereditaria contra la que se no se puede luchar, como el entorno puede percibir a alguien que presente algún síntoma asociado con dichas enfermedades, como ese entorno acaba deteriorándose o directamente resquebrajándose o si la persona que presenta dichos síntomas y pide ayuda en muchos casos le puede ser negada y el trato se vuelva condescendiente hacia ella. Son pequeños apuntes que la historia va dejando caer con firmeza y que cuando son expuestos, el golpe es duro y en algunos casos más punzante que cualquier jumpscare o criatura que se ponga por medio.

En medio de toda esta vorágine se encuentra Rose, interpretada por Sosie Bacon, quien salvo por apariciones e interacciones mucho más secundarias de otros personajes, es ella quien lleva la película sobre sus hombros. Y para cuando se ha llegado al tercer acto con ella, uno ha experimentado un viaje angustiante explorando los traumas de la infancia que por mucho que lo haya intentado, siguen latentes, y un descenso a la locura progresivo, hasta el punto de cuestionar si todo lo que le está pasando es real o son imaginaciones suyas, dejándola completamente vulnerable hasta llegar a un final tan inquietante como inevitable, donde de nuevo, la imagen final es imborrable.

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