En 2008 (antes, en realidad), alguien en Hollywood pensó: “¿Y si actualizamos un clásico de Julio Verne, le metemos CGI regulero, a Brendan Fraser sudando la camiseta y unas cuantas rocas flotando en 3D?”. Y así nació Viaje al centro de la Tierra, una película que se vendía como aventura para toda la familia, pero que bien podría haberse titulado Excavando clichés.
Dirigida por Eric Brevig (especialista en efectos visuales que aquí se lanza a la dirección como quien se tira a una piscina sin saber si hay agua), la cinta intenta ser entretenida, pero acaba siendo un parque temático con diálogos prefabricados y criaturas digitales con más personalidad que varios de sus personajes humanos. Y aún con todo… ¡tuvo secuela! Porque si algo nos enseña el cine comercial es que la taquilla, a veces, no entiende de calidad.
Sinopsis de la película
La historia arranca con Trevor Anderson (Brendan Fraser), un científico con pinta de haberse perdido en un catálogo de mochilas de montaña, que decide investigar la desaparición de su hermano siguiendo unas pistas un tanto peregrinas. Le acompaña su sobrino adolescente (Josh Hutcherson, antes de Los Juegos del Hambre y aún con cara de niño travieso) y una guía islandesa (Anita Briem) con habilidades de parkour espontáneo.
Juntos, por esas cosas de la ciencia-ficción relajada, acaban cayendo (literalmente) a las profundidades de la Tierra, donde descubren un mundo perdido lleno de hongos gigantes, dinosaurios de saldo y una gravedad que hace lo que le da la gana. Todo ello aliñado con persecuciones, caídas y una lógica que brilla por su ausencia, pero que se compensa con gritos y carreras.
Opinión de Viaje al centro de la Tierra
Lo cierto es que Viaje al centro de la Tierra tiene un mérito: no pretende ser más de lo que es. Quiere entretener, y para cierto público (léase: niños que se han tomado dos colacaos) puede que lo consiga. Pero si uno va buscando narrativa, personajes con algo de fondo o efectos visuales que no canten más que una tuna borracha… mejor mirar en otra dirección.
Brendan Fraser, que siempre se ha movido bien entre lo entrañable y lo sobreactuado, aquí da lo que puede con un guion que lo trata como una brújula rota. Josh Hutcherson cumple con lo justo, y el apartado visual, si bien tiene momentos decentes, ha envejecido como una textura de PlayStation 2. El 3D, gran reclamo en su momento, se nota forzado, con objetos lanzados a cámara como si estuviéramos en una función de circo.
Pero lo más curioso es que, pese a todo, Viaje al centro de la Tierra fue un éxito comercial. Y eso explica por qué en 2012 llegó una secuela (Viaje al centro de la Tierra 2: La isla misteriosa), ya sin Fraser, pero con The Rock levantando cejas, pectorales y volcanes. Una saga que, al menos, sirve para recordarnos que el cine palomitero tiene muchas capas… como la Tierra.
Viaje al centro de la Tierra (2008) es de esas películas que sabes que son malas, pero que igual ves una tarde tonta por la tele y te quedas hasta el final. Tiene ritmo, tiene acción, tiene a Brendan Fraser en modo Indiana Jones low cost… y a veces, con eso basta. Pero si te acercas con mentalidad cinéfila exigente, prepárate para un descenso al centro del absurdo.