Debutar por la puerta grande con una película que sea un éxito de crítica y de público es todo un logro. Pero al mismo tiempo se siembra la duda de saber si ese buen sabor de boca va a ser una constante o si por el contrario, ese gol inicial fue tan solo flor de un día. Desde luego gracias a una premisa muy potente, a una brillante campaña de marketing capaz de mantener muchos secretos guardados y al buen precedente que había cosechado con Barbarian, el nuevo trabajo de Zach Cregger casi que de la noche a la mañana había levantado pasiones como ya le ocurriese con su debut. Y qué satisfacción da el poder decir alto y claro que Cregger lleva una trayectoria de momento corta pero brillante, cimentándose como un nombre a tener siempre en cuenta.
En la ciudad de Maybrook, concretamente en los suburbios, una noche a las 2:17 todos los alumnos de una clase se levantan de sus camas y desaparecen misteriosamente sin dejar rastro. Todos menos uno.
Con este punto de partida Cregger tiene el gancho perfecto para ser juguetón de formas inimaginables. Nada más comenzar, un voz en off infantil pone en contexto de lo sucedido, ya de por sí dándole un aire de historia siniestra, como si se tratase de un cuento de los Hermanos Grimm en su versión más cruda llevada al mundo contemporáneo. Y una vez el punto de partida se pone en marcha, la narración se fragmenta a través de varios puntos de vista, siguiendo a diferentes personajes de ese suburbio que van a ser claves en el misterio que lo rodea todo. La estructura de tener varios personajes o varios puntos de vista en una narración cinematográfica no es algo nuevo, y cintas brillantes como Magnolia o El atlas de las nubes son precisamente sobresalientes gracias a su estructura, su férreo montaje y su estimulante guion, pero a la hora de abordar el terror no es una estructura que se haya empleado con la ambición que hay aquí.
Volviendo sobre el hilo narrativo, el filme parece contener más bien una estructura que si funciona en las novelas, especialmente en algunas de Stephen King si nos ceñimos al terror, una novela coral donde se conoce poco a poco a cada personaje, se comprenden las motivaciones que lo pueden haber llevado al abismo y como está lidiando con la situación que le ha tocado vivir, no sin que antes haya habido algún que otro sobresalto o susto en el camino en forma de advertencia o como pieza del puzle de algo mucho mayor. Este tipo de estructura también es muy valiosa si además de hacer un mosaico de personajes también se pretende hacer algún tipo de crítica social al comportamiento humano. Y aunque esa crítica social no es el objetivo de Cregger, no se puede negar que algunas pinceladas sutiles respecto a la histeria colectiva o al submundo de los suburbios, en apariencia perfectos donde todos están contentos de puertas para afuera pero entre las cuatro paredes del hogar hay muchas tinieblas y secretos y donde la individualidad y el no importar lo que le ocurra al vecino es llevado al extremo están ahí.
Tal vez lo más sorprendente de la película es lo divertida que es. Al igual que con Jordan Peele y más clásico con Wes Craven, entre la crítica social y las premisas de terror hay muchísimo espacio para el humor, tanto humor que para algunos esto será lo predominante de la película y considerará ofensa siquiera que se la catalogue de terror. Y es que la línea entre la carcajada y el susto que maneja la cinta es muy fina, gracias a ciertas imágenes desconcertantes que aparecen en pantalla es difícil prever cómo va a reaccionar el cuerpo o con los bruscos cambios de tempo completamente intencionados que buscan de algún modo liberar tensión con un imprevisible swing. Pero bajo ese halo hacia el tercer acto de cuento oscuro, con el absoluto control de la cámara a lo largo de los tres actos donde Cregger controla la mirada del espectador y crea los jumpscares y los fotogramas para el recuerdo como un maestro a la altura de James Wan. y sabe jugar con los clichés del género para hacerlos completamente suyos o toda la tensión que se va acumulando por los diferentes puntos de vista, es imposible negar la huella del terror en la cinta.
Claramente Cregger al estar tan metido en las labores de dirección y guion, el resultado final de la película es obra suya, pero no habría sido posible sin muchos de los actores que pueblan el fantástico reparto. Desde Julia Garner como Justine, la profesora de la clase de los alumnos desaparecidos que apunta a la principal sospechosa por el inmisericorde escrutinio de la comunidad; Josh Brolin como Archer, el padre de uno de los desaparecidos que su obsesión por las respuestas al misterio no conoce límites o Cary Christopher como Alex, el único niño de la clase que no ha desaparecido y que forzosamente tiene que obligarse a madurar con una rapidez terrible por su propio bienestar. Pero si hay alguien de entre todo el reparto que merece llevarse todos los elogios es Amy Madigan como la tía Gladys en uno de esos personajes mas secundarios de la cinta que cuando irrumpe en pantalla irrumpe con todo y se vuelve icono por sí misma, en un caso similar al de Nicholas Cage en Longlegs donde nuevamente, el equilibrio entre el terror y la comedia es difícil de mantener con tanta soltura.
En líneas generales, se trata de un viaje tremendamente estimulante, que sabe llevar al espectador por caminos que ni siquiera él mismo podía haber imaginado en un abrir y cerrar de ojos y que deja imágenes para el recuerdo.