Casi contra todo pronóstico, Gints Zilbalodis gracias a un gatito gris y su improbable panda de compañeros de travesía en el arca de Noé relatada en Flow, un mundo que salvar; conquistó los corazones de medio mundo, se hizo un hueco en el mundillo de la animación y logró imponerse a gigantes como Disney o Dreamworks haciéndose con la estatuilla a mejor película de animación, un triunfo nada desdeñable. Sin embargo, no se trataba de la ópera prima de Zilbalodis, por lo que aprovechando que gracias a la visibilidad que le ha otorgado su reconocimiento, decidí investigar un poco más y adentrarme en su primer trabajo: Away.
Un joven se encuentra perdido en una isla. Pronto entablará una relación de amistad con un pájaro para que ambos puedan escapar de la isla. Pero no será tarea fácil, pues una misteriosa sombra los persigue incansablemente.
Si algo queda patente tras haber visto la película es que las inquietudes temáticas de Zilbalodis son continuistas, al igual que su envoltorio. Esto significa que nuevamente el realizador letón brinda un trabajo donde sus personajes no emiten palabra y el único lenguaje verbal se reserva a los intertítulos de los capítulos que conforman el filme, donde la naturaleza juega un papel primordial con esa dualidad entre la belleza y el peligro inminente y donde el principal objetivo de los personajes es la supervivencia, pero no una supervivencia para cada individuo, sino para todos ellos superando una amenaza mucho mayor. Y por supuesto, las metáforas siguen igual de presentes, solo que quizá en esta ocasión sean más difíciles de descifrar.
Nuevamente, uno de los grandes aciertos de Zilbalodis es poner a sus principales personajes en un peligro directo nada más comenzar la cinta, haciendo que el público empatice con los personajes de forma casi inmediata. Y a través de todo el viaje que van a emprender el muchacho y el pájaro, la experiencia se va a hacer mucho más inmersiva, la tensión se va a hacer mucho más palpable y el afán de explorar el entorno más llevadero. El poder absoluto reside en las imágenes y en la banda sonora, donde se van a mezclar lo real y lo fantástico y las emociones van a estar a flor de piel sin articular ninguna palabra.
Para fortuna de los espectadores y de los protagonistas, no están solos en esa isla. Durante su aventura van a encontrar amigos y enemigos que van y vienen dependiendo de lo que acontece en cada capítulo, van a sacar ventajas de todo el ecosistema que los rodea y van a crecer como personaje venciendo a sus miedos, ayudándose mutuamente. Y por supuesto, para esta ocasión Zilbalodis es el hombre que levanta desde cero este proyecto, un trabajo de que él mismo se lo guisa y él mismo se lo come haciendo el trabajo de director, guionista, productor, editor y creación de banda sonora.
Para ya terminar de rematar, el estilo de animación hecho a través del programa Maya, la película tiene un acabado similar al de los videojuegos y a los colores que podrían verse en la filmografía del Estudio Ghibli, con un estilo entre los modelados 3D y la animación tradicional, dándole ese carácter de ensoñación tan particular, donde la naturaleza con todas sus caras es la protagonista, brillando por sí sola.
Quizá solo hay un detalle que quede algo más cojo: a pesar de que las metáforas estén bien presentes a lo largo de toda la historia, son bastante más difíciles de descifrar, algo especialmente notorio de cara al final donde la sugestión entra de llena y las respuestas a ese viaje quedan en el aire dejando una ligera sensación de insatisfacción. Pero por todo lo demás, el estilo y la narración de Zilbalodis sigue intacto.