Michael Angarano regresa a la dirección con Sacramento, su segundo largometraje, una comedia dramática con tintes de road movie que intenta explorar los lazos de la amistad adulta, pero quizás se queda a medio camino.
La historia gira en torno a Rickey, un joven enérgico y con espíritu libre que convence a Glenn, su viejo amigo con una vida más estable y convencional, para embarcarse en un viaje improvisado por carretera desde Los Ángeles hasta Sacramento. La premisa sugiere un recorrido emocional, un reencuentro entre dos personas que han tomado caminos muy distintos, con la excusa de reconectar y sanar viejas heridas.
Sin embargo, el guion no logra aportar nada nuevo al género de las road movies. La mezcla de comedia y drama no termina de cuajar; los cambios de tono resultan abruptos y poco efectivos, dejando la sensación de que la película no tiene claro lo que quiere ser. El conflicto principal, que debería sostener la trama, es prácticamente inexistente. No hay una tensión real, ni emocional ni narrativa, que mantenga al espectador interesado durante el metraje.
Sacramento no es graciosa, ni mucho menos logra tocar una fibra emocional que la haga reflexiva o conmovedora. Los personajes, amigos de toda la vida que intentan reconectar, no están desarrollados con suficiente profundidad como para generar empatía o interés. La supuesta fábula sobre la hermandad y la nostalgia se evapora antes de que la historia llegue a tomar forma.
Angarano se reserva el papel protagonista, acompañado por Michael Cera y Kristen Stewart. Y aunque todos tienen experiencia y carisma, en este caso parecen los actores menos indicados para insuflarle luz o energía a la trama.
En la película no hay un conflicto lo suficientemente potente para sostener el ritmo, Sacramento no me resulta graciosa y mucho menos emocionalmente dolorosa o reflexiva.