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El almuerzo desnudo

A lo largo de la su extensa carrera David Cronenberg ha demostrado no tenerle miedo a absolutamente nada mientras se convertía en un nombre propio en lo que al body horror se refiere. Si uno se pone a indagar en su amplia filmografía podrá encontrar maravillosas ideas originales como Scanners o Videodrome, excelentes remakes que ya son parte de la cultura popular como La mosca o adaptaciones de libros que por su contenido en el papel podrían antojarse imposibles como Crash. El caso de hoy se puede encuadrar dentro de la última categoría, solo que debido a la complejidad del contenido no estoy muy segura de que mi opinión sea eminentemente positiva.

Basada en la novela homónima de William S. Burroughs, la historia sigue a William Lee, un exterminador en Nueva York en 1953. William está contento con su actual empleo, pues le da cierta estabilidad y confirma que ha dejado atrás su pasado con las drogas. Pero no todo es tan idílico, pues su mujer Joan está consumiendo en forma de droga el polvo que él usa para exterminar los insectos. Una noche, durante un juego inocente con su Joan, William la mata. Tras este acontecimiento, William huye a la Interzona, un lugar donde la fantasía y la realidad son difíciles de discernir.

Cuando se trata de adaptar novela siempre me gusta recalcar si tengo familiaridad con el material original o no. En este caso he de admitir que no he leído la novela, por lo que solo puedo juzgar en base a lo visto en la película. Sin embargo, al querer indagar un poco más sobre la cinta, uno descubre que casi que se trata de una novela autobiográfica sobre su autor y que el libro en sí tiene un aura de que no sigue una narrativa clara, por lo que trasladar ese lenguaje a la pantalla ya debería dar una pista sobre lo que se puede encontrar. Y es que al estar tan presentes las drogas desde el minuto uno resulta normal asumir que desde bien temprano en el metraje los límites entre lo real y las alucinaciones se rompen y el público junto con el personaje protagonista están continuamente cuestionando qué es real y qué es fantasía.

Esta primera toma de contacto desemboca inevitablemente en situaciones kafkianas, donde lo surrealista, lo cómico y lo absurdo se dan de la mano en un ambiente decadente en Nueva York a la vez que se dan pinceladas sobre la vida de William en cuanto a su situación matrimonial, su pasado con las drogas, su sexualidad y el miedo que le da exponerla, y su frustración laboral cuando su verdadero cometido en esta vida es llegar a ser escritor. Nuevamente, William parece ser una extensión del propio autor del libro, incluyendo el sitio donde hace viaje literal y metafórico en la Interzona. Solo que una vez llegado a ese lugar se muestra más liberado, donde por supuesto todavía hay mucha lisergia presente pero claramente en un ambiente más distendido y relajado en apariencia. Pero nada es lo que parece en esta curiosa historia.

El almuerzo desnudo

Sin embargo jugar únicamente con la carta de los alucinógenos a la larga puede tener efectos nocivos para mantener el interés por algún tipo de trama o viaje. Al principio los trucos iniciales o incluso las imágenes grotescas a base de criaturas imposibles cumplen a la perfección con su cometido de impacto y tensión aparte de repulsión gracias a los sobresalientes diseños y al equipo de efectos especiales prácticos de antaño que tan bien caracterizan el sello de Cronenberg. Pero todos los trucos terminan por agotarse si no hay sensación de que lleguen a un punto, a una conclusión, si las metáforas son tan rebuscadas o si los límites entre lo real y lo imaginario no se van cerrando, sino que van a más hasta estar desdibujada la realidad por completo, provocando que el interés que uno le puede poner a la película acabe desvaneciéndose.

Es de admirar que los actores se metan de lleno en sus papeles teniendo en cuenta la naturaleza bizarra de la historia, donde por supuesto destaca Peter Weller como William con sus ojos azules cargados de tristeza e incredulidad y su tono de voz más relajado y arrastrando las palabras como en un perpetuo estado de trance. Y aunque las criaturas que pueblan el filme son de un mérito total del departamento de efectos especiales prácticos, su presencia es tan desconcertante en el buen sentido y uno de los grandes puntos positivos que es necesario volver a mencionarlo, pues gracias a su carácter grotesco, incomodo e hipnótico a la vez gran parte de la atención se focaliza en ellas.

En resumen, se agradece la maestría de un veterano como es Cronenberg para tratar de llevar a buen puerto una novela cuanto menos complicada dotándola de su visión. Pero a veces por mucho manejo que se tenga detrás de las cámaras, si el material al final es tan críptico, bizarro y redundante por mucho que las intenciones sean las mejores las sensaciones finales serán desconcertantes, no siempre en el buen sentido.

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