El callejón de las almas perdidas (1947)
Después de su victoria en los Oscar de 2018, donde La forma del agua consiguió alzarse con los premios a mejor dirección y mejor película, no se puede negar que había ganas de saber cuál sería el próximo proyecto de Guillermo del Toro. Y si bien el realizador mexicano es conocido por tener unos proyectos que nutre de infinitas referencias no solo audiovisuales, sino también literarias, reconozco que me sorprendí al saber que su siguiente película sería un remake. Sin embargo, una vez vista, puedo entender porque ha escogido esa historia para darle su toque personal y su visión. Por lo que, mientras la espera parece que por fin va llegando a su fin, he optado por ver la película original y así recuperar un poco de cine clásico.
Basada en la novela homónima de William Lindsay Gresham, la historia sigue a Stanton “Stan” Carlisle, un joven que trabaja en una feria ambulante dispuesto a abrirse un pequeño camino en el terreno. En la misma feria exhiben un “monstruo” que causa un gran impacto entre los trabajadores y curiosos y que perturba al propio Stan. Allí también conocerá a Zeena, la pitonisa del lugar y por la que se sentirá irremediablemente atraído. Pero no será la única atracción que se dé en la feria, pues la joven Molly también se siente atraída por Stan.
Antes de meterme a desgranar la cinta, he de decir que no estoy familiarizada con la novela original, por lo que no puedo hacer un análisis más profundo sobre ambas obras. En cuanto a la película, uno de los aspectos que más me ha llamado la atención de manera positiva es la gran capacidad que tiene para manejar diferentes géneros, ahondar en ellos y navegar a lo largo de todo el metraje entre varios de ellos, haciendo que el filme en ningún momento se sienta predecible y que sea tarea casi imposible atreverse a vaticinar cuál será su final. De este modo, la atención del espectador se garantiza por ese carácter imprevisible pero coherente consigo mismo. Y es que si se vaticina una trama con retazos de fantasía, la siguiente trama puede virar al drama romántico con todas las letras o una vez pasado el ecuador de la cinta a una historia noir más propia de la época. Sin embargo, todos esos géneros se retroalimentan entre ellos y dan lugar a una historia muy entretenida y con un equilibrio casi perfecto que no derrapa.
Así como la admirable capacidad de manejo de varios géneros, resulta igual de interesante ver cuántos subtextos encierra la película y que se van desgranando de forma progresiva. El espectáculo que supone esa feria ambulante y hasta qué punto ese espectáculo es una mera ilusión destinada a vaciar los bolsillos de aquellos incautos que se sienten atraídos por las luces, las rarezas y el show o sí de verdad se trata de un espectáculo digno de contemplar con el objetivo de hacer felices a los curiosos de los lugares por lo que pasa; el trasfondo religioso de alguno de los personajes que al final lo empuja a actuar de la manera en la que actúa, la fina línea entre la humanidad y lo que se podría denominar monstruosidad a través de la figura del monstruo de la feria y cuya explicación en el desenlace no podía ser más redonda y los grises morales de Stan, el personaje protagonista.
A pesar de estar situada en un ambiente muy natural y generalmente al aire libre como puede ser la propia feria o una gran ciudad, la película tiene una atmósfera enrarecida, casi asfixiante donde en ocasiones cuesta discernir si lo que uno está viendo está encuadrado en un mundo de fantasía o en la realidad, algo que por otra parte es muy acorde a ese subtexto dudoso que juega con los pequeños elementos fantásticos y que en cada plano aunque esté cargado de una belleza muy curiosa gracias a la composición de los mismos, hay una carga detrás de ellos, como si un mal desconocido asechase en las esquinas listo para saltar a la yugular.
Más allá del baile de géneros y los ricos subtextos, la película se cimienta en los actores, donde no hay lugar para las malas interpretaciones. Empezando por Tyrone Power, el encargado de dar vida a Stan, quien es la perfecta representación de lo venenosa que puede resultar la codicia pero que envuelta en su buena dosis de carisma es convincente para los propios intereses aunque se sepa que su caída será terrible. Y el contrapunto femenino está bien representado en forma de los tres personajes: Zeena como una mujer adulta, madura y más maternal a falta de un término mejor; Molly como la joven ingenua que cree que el amor lo puede todo y Lilith, la astuta mujer que está a la altura de los trucos de Stan, con un magnetismo como ningún otro y que sabe perfectamente lo que quiere y cómo conseguirlo. Todas ellas son una trinidad femenina muy propia de la época y con una visión que tal vez hoy en día queda algo obsoleta en cuanto a arquetipos, pero que en este contexto funcionan muy bien.
En líneas generales, ha sido un placer echar la vista atrás para recuperar este clásico, sumergirme entre las capas que tiene y hasta cierto punto, maravillarme con muchas de ellas, resultando en algo mucho más complejo de lo que creía en un primer vistazo.