El sueño de Ellis
Debido a que con el cine de James Gray he tenido una de cal y una de arena, siguiendo con la tónica habitual de ir quitando películas pendientes de una casi inabarcable lista, hoy toca comentar una cinta suya con la que debo situarme en terreno medio.
Ewa y su hermana Magda son dos inmigrantes polacas que vienen huyendo del continente europeo debido a la Primera Guerra Mundial con la esperanza de encontrar en Estados Unidos una vida mejor. Pero cuando llegan a Ellis Island, Magda enferma de tuberculosis y es forzada a separarse de su hermana. En su camino, Ewa se topa con Bruno, un rufián que la ayudará a instalarse en la ciudad a cambio de que trabaje como prostituta. Pero Ewa también tendrá que hacer frente a Orlando, un ilusionista y el primo de Bruno de quién este último siente envidia.
Sin duda, lo más llamativo leyendo la sinopsis era cómo se iba a plasmar ese conflicto migratorio. Es habitual que se muestre a Estados Unidos como un país multicultural y como una especie de tierra prometida para un sinfín de personas a lo largo de la geografía y la historia. Y si bien es cierto que hay muchos casos de inmigrantes que logran una vida prospera en ese nuevo país, son más numerosas las historias de inmigrantes que han tenido que pasar auténticas penurias con el objetivo de permanecer en ese nuevo destino y que se demuestra que ese idílico paraíso tiene una cara muy desagradable. Películas recientes como Most Beautiful Island son el perfecto ejemplo de algunas de esas medidas extremas y desesperadas a las que tienen que aferrarse algunos desafortunados que solo quieren cumplir con el sueño americano.
Pese a la parte más desesperanzadora que impregna todo el relato, no se trata de una cinta que busque regodearse en la miseria ni que busque el sadismo de forma gratuita. De hecho, el enfoque es bastante clásico en cuanto a planos generales y primeros planos, como interesante en ocasiones por los encuadres y el juego con los espejos; así como paradójico por el hecho contar una historia tan dramática en los llamados Felices años veinte. Pero todo el envoltorio visual y de ambientación en la época está muy logrado, de modo que se puede palpar la suciedad de las calles en la ciudad, el humo que se expulsa por las chimeneas o las sorpresas que aguardan los túneles de Central Park. Y en ese ambiente conviven unos clubs lujosos dispuestos a satisfacer todo tipo de fetiches y perversiones de quienes pueden permitírselo, pero todo con un aire muy decadente.
Por desgracia, el conflicto migratorio se siente superficial, ya que el propio James Gray opta porque a la cinta la mueva el melodrama y el romance entre los personajes sin terminar de profundizar en ninguna de las vertientes. Esta decisión influye positivamente en que se pueden ver las capas de todos los personajes, con sus dualidades y en algunos casos evoluciones, de modo que se pueden apreciar algunos momentos dramáticos muy loables. Pero igualmente hay decisiones que se sienten precipitadas y que los personajes podrían haber tenido un mejor desarrollo. Aunque una vez presentado el triángulo protagonista, la trama se estanca y se siente alargada de más innecesariamente.
Pero un mejorable desarrollo de personajes no logra empañar el trabajo actoral de sus protagonistas, especialmente en los casos de Marion Cotillard y Joaquin Phoenix. Ella como Ewa consigue un buen equilibrio entre una mujer vulnerable (y brilla con más fuerza cuando externaliza todo ese sufrimiento de forma muy sutil) pero muy determinada que no se deja amedrentar por nada ni nadie y todo por un fin noble, por no mencionar el trabajo que hay detrás de su acento y de la barrera idiomática. Por parte de Phoenix, su personaje podría haber quedado reducido a un unidimensional antagonista sin escrúpulos y, sin embargo, se las arregla para tener pequeños retazos de humanidad. Una pena que el melodrama desmedido lo devore todo y deje un cierto sabor agridulce.