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El último viaje del Demeter

Si hiciéramos una lista de los elementos que me gustan en cuanto al cine de terror, evidentemente los vampiros estarían ocupando los primeros puestos, y les seguirían de cerca los espacios cerrados con pocos personajes, pues siempre es un magnífico recurso para generar tensión. Por eso cuando supe de la existencia de este proyecto que reunía esas dos características mi curiosidad se disparó como los fuegos artificiales en Año Nuevo. Y si le sumamos que detrás de las cámaras el responsable era André Øvredal, mi interés ya desbordaba cualquier medidor.

Basado en un capítulo de Drácula de Bram Stoker, la historia gira en torno al Demeter, una pequeña embarcación de mercancía que parte desde Varna hasta Londres. Pero lo que parecía una sencilla travesía no tardará en volverse en una batalla por sobrevivir entre los tripulantes, pues una extraña criatura navega con ellos en el navío. Para cuando la nave llega a la costa inglesa completamente destruida, no parece que haya ningún superviviente.

Con mucha astucia, gran parte de la campaña de marketing de la cinta ha tratado de vender esta experiencia como “Alien pero en un barco”, una premisa cuanto menos atractiva que prometía todo lo que uno podría esperar de tan magna afirmación. Sin embargo, uno de los aspectos fundamentales que parecen haber olvidado los responsables de marketing y es también aplicable al propio Øvredal es que una de las bases del celebrado filme de Ridley Scott reside en que prácticamente hasta el tercer acto ni los protagonistas ni los espectadores ven a la terrible criatura en todo su esplendor, contribuyendo a la tensión, la paranoia y el terror en general que se respira en el ambiente con un ejercicio de dirección modélico. Hasta cierto punto es comprensible que si la película está extraída directamente de un fragmento de la archiconocida novela de Stoker haya que hacer alusión al vampiro. Lo que no es del todo entendible es como la figura del vampiro se convierte en el elemento principal de toda la campaña promocional y peor aún, como dentro de la propia película lo muestran a la primera de cambio en vez de jugar a la sugestión.

Y es una lástima, pues habiendo visto los trabajos previos de Øvredal queda patente que es un director que sabe manejar muy bien los tiempos, generar malestar con pequeños detalles o letimotivs y conseguir cogerle cierto aprecio a los personajes que tiene ante la pantalla, siendo La autopsia de Jane Doe el más sobresaliente ejemplo de lo anterior. Aunque en esta ocasión también sabe sacarles partido a muchas de esas virtudes, especialmente el manejo de unos sonidos muy particulares, los silencios prolongados que hielan la sangre, la construcción del suspense en ciertas escenas y la capacidad para generar imágenes de cierto impacto, el hecho de que se muestre al monstruo desde una etapa tan temprana de la película acaba lastrando inevitablemente el conjunto. Pues si con un espacio tan pequeño prácticamente a la deriva donde las provisiones se van agotando, las dudas y las paranoias entre los tripulantes crecen conforme van pasando los días y los ríos de hemoglobina van inundando la cubierta del Demeter ya has jugado la carta fundamental de mostrar a la amenaza que lo causa tanto para los personajes como para el público, poco o nada más se puede hacer durante las casi dos horas del filme más allá de ir reuniendo escenas notables que hacen que el viaje llegue a buen puerto.

El último viaje del Demeter

Entre lo positivo que tiene mostrar al vampiro tan pronto es que por lo menos se nota un esfuerzo con los efectos prácticos y las caracterización de este, volviendo a esa figura del chupasangres más primigenio, más de Nosferatu que de Bela Lugosi, de crear un vampiro temible como los de antaño y en ese aspecto sale victoriosa la película. Dentro de lo que cabe, también ayuda que toda la atmósfera creada dentro del barco se sienta real y genuina, que el peligro de estar a la deriva en medio del mar sin ninguna salvación a la vista con lo desconocido haciendo de la suyas. Pero nuevamente, el conjunto tendría mejor resultado si hubiese algo más de miga entre los tripulantes del Demeter en lugar de simples arquetipos. Se le puede achacar la culpa a que precisamente los personajes están ahí para ser mera carnaza, para limitarse a su función de arquetipos donde lo que importa es el vampiro, pero no puedo evitar pensar que si los actores hubiesen tenido un mínimo con lo que jugar la travesía se habría hecho más interesante.

Bajo ningún parámetro se trata de una mala película. Tan solo que con el planteamiento que tenía y las cartas sobre la mesa el resultado podría haber sido de sobresaliente en vez de notable, por mucho que siempre sea bien recibido cualquier nuevo enfoque sobre el vampiro más famoso de todos los tiempos y en algunas ocasiones habrá mejor suerte.

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