Glass (Cristal)
Hace dos años cuando Múltiple se estrenó en todo el mundo y confirmó que el mejor Shyamalan estaba de vuelta, pocos se esperaban la sorpresa que tenía guardada la película. La tan ansiada continuación de El protegido había llegado, y con ello ya estaba en marcha la tercera parte y conclusión de una trilogía que ha tardado casi dos décadas en realizarse.
David Dunn está tratando de encontrar a la Bestia, la personalidad más peligrosa y buscada por la justicia de Kevin Wendell Crumb. Sin embargo, lo que parecía una búsqueda sencilla no tardará en complicarse y tanto David como Kevin se verán las caras con Elijah Price, quién tiene un plan oculto para los tres.
No voy a negar que el unificar dos películas con una temática, un desarrollo e incluso un acabado visual tan diferente entre ellas me daba miedo. Y a nivel argumental también tenía mis dudas sobre como Shyamalan podría unir de manera orgánica a estos tres personajes. Pero de alguna forma la inclusión de David, Kevin y Elijah en un mismo universo no se siente como un pegote. De hecho, la cinta comienza con más acción y ritmo de lo que uno podría prever, aunque pasado el primer acto el ritmo decae considerablemente porque no solo hay que presentar la nueva situación de los personajes principales, sino también la de varios personajes secundarios que por mucho que sean caras conocidas, hay que hacer un mínimo de inciso en su situación actual. Además, que para algunos han pasado los años mientras que para otros tan solo unas semanas. Sí, puede que se sienta un tanto caótico o incluso descoyuntado, pero a mi modo de ver tiene su justificación.
Frente a un retrato convencional de personas con habilidades extraordinarias donde habría acción a raudales y tres actos muy diferenciados, aquí se opta por el empleo de una localización y el exprimirla al máximo (tal y como ocurría con Múltiple) y tratar el relato con un tono mucho más reflexivo, algo más heredado de El protegido. De hecho, es mucho más reflexivo que en la película del 2000. Nuevamente, se abre un discurso en torno a lo extraordinario entre lo mundano, la posibilidad de que exista algo fantástico entre tanta normalidad e incluso como esa pequeña brecha en el orden supone un problema, una rareza que debe permanecer oculta. Lo mismo puede servir como discurso respecto a un universo dónde parece que de alguna forma existe lo fantástico que al mundo real.
Toda esta opinión sobre lo que significa ser una persona con habilidades fuera de lo común queda muy bien representada en esa localización que es el hospital psiquiátrico, como ese sitio va aprisionando a los personajes principales hasta que incluso comienzan a dudar sobre sus capacidades, ayudado de un uso de travellings, zooms y largos planos secuencia incidiendo en la narrativa más propia del cómic y que, por otra parte, son ya la marca estilística del director. También reincide mucho la importancia del color de acuerdo con cada personaje, aunque en esta ocasión no sea nada sutil al respecto, ni visual ni narrativamente. En los dos anteriores trabajos no era tan incisivo en dejarle claro a la audiencia lo que estaba sucediendo, y aquí la ejecución falla bastante en ese sentido.
Sin ninguna duda, lo mejor del filme son los actores, especialmente James McAvoy. Si en la película de 2017 era un trabajo con el que rendirse ante él, aquí ya está a otro nivel. Como cambia en microsegundos de una personalidad a otra sin despeinarse, que solo con la voz, el acento o los gestos faciales ya se sabe quien es sin que él revele la identidad. Y físicamente uno también está ante una de las transformaciones más portentosas vistas en pantalla. Solo espero que, en un futuro, ya sea cercano o lejano, se le reconozca como es debido. Samuel L. Jackson con su Mr. Glass al principio pasa a un plano más secundario, pero cuando se revelan sus intenciones regala momentos memorables dignos del gran antagonista con mente brillante que es. Quizá el que queda más desdibujado sea el personaje de David Dunn, mucho más relegado a un plano secundario y donde priman los silencios y las miradas. Pero al fin y al cabo, la primera cinta giraba en torno a David, la segunda en torno a Kevin y esta última pone a Elijah Price como el inteligente estratega.
Si los tres personajes principales sobre los que se centra el conflicto cumplen en mayor o menor medida con lo que se podría esperar de ellos, hay otros dos personajes que son dignos de resaltar. Anya Taylor-Joy nuevamente como Casey es una actriz que da gusto verla en pantalla y que, con muy poco hace muchísimo, especialmente en lo que respecta a la relación con Kevin. Por otro lado, Sarah Paulson como la doctora Staple es la nota discordante. Su personaje es necesario para la trama, pero es la actriz la que no consigue sacarle ninguna clase de refuerzo positivo y tiene varias ocasiones para ello. Lástima con la oportunidad desaprovechada.
Y como no, volviendo a las marcas de la casa, los temidos giros argumentales. Hay un exceso de giros argumentales, no todos son necesarios y no todos funcionan. De hecho, aquí es donde la ejecución más falla, pero no creo que todo se de por un simple “porque sí” y tampoco creo que en ningún momento se traicione el tono ni de la propia película ni de las otras películas que lleva a sus espaldas. Es simplemente un mensaje muy pesimista que solo si se rasca hasta el fondo, un puede ver un rayo de esperanza. Al final, pese a sus carencias y ciertas torpezas, no voy a negar que me ha hecho emocionarme hasta después de los créditos, que todavía sigo pensando en ella y que tiene todas las papeletas para que mi opinión sobre ella crezca.
Shyamalan ha tomado un riesgo y desde mi humilde punto de vista, le sale bien. ¿Es perfecta? Ni mucho menos, estaría un escalón por debajo de sus antecesoras en cuanto a pulso. Pero se siente como algo genuino, algo planeado y que como cierre funciona a la perfección. Lo único que hay que hacer es creer, como con la mayor parte de su filmografía.