Muchos cuentos populares para varias generaciones han pasado a formar parte del imaginario colectivo gracias a las versiones realizadas por Disney. Con grandes dosis de polvo de hadas, colores vívidos, canciones dignas de los mejores espectáculos de Broadway y moralejas positivas con su final feliz, no es de extrañar que estas películas resistan el paso del tiempo y sean un lugar seguro para toda la familia. Pero si por curiosidad uno quiere mirar más allá, ir a al cuento original, es bien sabido que se puede llevar una sorpresa, pues esos cuentos cortesía de los Hermanos Grimm, Charles Perrault o Hans Christian Andersen, por mencionar algunos; son historias muy macabras que buscaban infundir valiosas lecciones a los niños de la época para cumplir con determinados valores. Con la película de hoy, Emilie Blichfeldt busca indagar en las raíces oscuras de un cuento y lo consigue con unos resultados no aptos para sensibles. Os hablo de La hermanastra fea.
Inspirada en La cenicienta, la historia se centra en Elvira, la hermanastra de Agnes, cuya meta vital es conquistar al príncipe del reino. Pero el camino para lograr su objetivo no es fácil, pues Elvira influenciada por su madre se someterá a dolorosos procedimientos estéticos y quirúrgicos con tal de que su belleza resalte por encima de todas las demás, incluso por encima de la de Agnes, quien parece poseer un encanto y belleza natural.
Al igual que lo visto en la maravillosa November, Blichfeldt desde las primeras escenas consigue una simbiosis fascinante entre lo bello y lo grotesco. Por un lado las escenas de ensoñación de Elvira con colores muy rosas no dejan lugar a dudas del ambiente onírico, preciosista y hasta cierto punto más acorde con la fantasía de los cuentos de hadas del tono que va a tener la cinta. Pero por otro lado el filme no tarda en mostrar su otra cara, la faceta agria, la podredumbre literal y metafórica que subyace bajo esa mansión y bajo las caretas de los personajes y peor aún, como tratan con total normalidad toda la repugnancia que los rodea. Sobre este revés es de agradecer que la película no busque dulcificar nada, ni las escenas más crudas sobre todo el tortuoso camino de Elvira por satisfacer los deseos de su madre ni la escenas dentro de un entorno más natural que a base de zooms logran en efecto capaz de revolver las tripas. Destacar también el contraste en la banda sonora, donde caben piezas de corte más clásico como sintetizadores totalmente disruptivos con la imagen.
Esa curiosa y delicada dualidad no solo se encuentra en la estética y la sonoridad, el tono también es proclive a generar carcajadas incómodas en las secuencias más surrealistas, lástima por todos los esfuerzos en vano que está haciendo Elvira por cambiar su aspecto y que el espectador sabe que el remedio va a ser peor que la enfermedad y muecas de disgusto por casi cualquier acción de los personajes. Y al igual que el tono, por mucho que el espectador reconozca esta historia como la de La Cenicienta, la cinta opta por el punto de vista de la hermanastra Elvira. Con ello no quiere decir que la historia original vaya a sufrir grandes cambios, pero sí destaca que al cambiar el personaje sobre el que se centra el relato, los personajes dejan de ser meros arquetipos. Nada es blanco o negro, sino que dependiendo del contexto hay una amalgama de grises donde los comportamientos de casi todos son comprensibles.
Pero indudablemente el elemento que hace que esta película sea memorable para bien y para mal es esa sutil critica a la belleza femenina sin dejar de lado el cuento. Este es un tema que de forma reciente exponía La sustancia con los estándares sobre el cuerpo femenino y desembocaba en un body horror sin tapujos. Emilie Blichfeldt tomando algunos elementos de la Cenicienta original, lleva al limite ese body horror ligado a los cánones de belleza, a esa meta de estar perfecta con tal de conseguir el mejor marido, a que la belleza es algo que para ganárselo hay que sufrir lo indecible y en definitiva, para conseguir la mejor versión de una misma de acuerdo con la sociedad y al entorno no existen fronteras, todo vale incluso si eso puede ocasionar consecuencias irreversibles. Es terrorífico ver como gran parte de ese entorno alienta esa clase de pensamientos y es incluso más terrorífico ver como la propia Elvira toma unas decisiones que ponen en peligro su bienestar y su salud por culpa de las fantasías que ella misma ha terminado creyéndose.
No se puede dejar de lado el trabajo del reparto en una producción de este calibre. Por encima de todas destaca Lea Myren, quien con su expresión de niña más inocente al principio del filme y con un rostro muy particular posteriormente va a sufrir una transformación externa e interna donde la joven actriz demuestra no tenerle miedo a nada y cero vergüenza al ridículo. Mencion especial también a Ane Dahl Torp como Rebekka, la madre o madrastra cruel de este cuento retorcido, que sin caer en los estereotipos de villana logra construir un personaje cuyas intenciones pueden ser comprensibles, solo que se le van de las manos por completo.
La reinterpretación de los cuentos en lo personal siempre es un sí, pero si encima está hecha con tanto mimo en el apartado audiovisual, respetando la esencia original y añadiendo capas de horror que harían retorcerse a cualquiera, poco más se le puede pedir.