La ventana indiscreta
Pese a que Alfred Hitchcock llegó a culpar a James Stewart del fracaso de Vértigo (1958), lo cierto es que aparte de ésta, el popular actor protagonizó otras tres de las grandes obras del director británico: La soga (1948), La ventana indiscreta (1954) y El hombre que sabía demasiado (1956). Cuatro películas desiguales en cuanto a su éxito en taquilla, y aún así, nadie puede poner en duda que el binomio entre el excéntrico Hitch y el melancólico Stewart ha pasado a formar parte de los anales de la historia del séptimo arte con honores.
La trama de La ventana indiscreta es casi una excusa: el fotógrafo L.B. Jefferies (Stewart) ha sufrido un accidente que le obliga a permanecer en reposo durante varias semanas. Aburrido, su único entretenimiento es espiar a través de la ventana de su apartamento a los vecinos del edificio de enfrente, y es así como comienza a sospechar que uno de ellos ha asesinado a su esposa enferma. Sí, puede que suene a telefilme. Pero lo que Hitchcock hace a partir de esta premisa es puro y maravilloso cine. Perdón, quiero decir CINE. Así, en mayúsculas.
Naturalmente, en una sociedad que no tenía por costumbre compartir públicamente imágenes de su café o sus pies descalzos, el mismo concepto de alguien que disfrutaba espiando a sus vecinos tenía algo de desagradable e incómodo que no dudaron en criticar duramente. Y es que una cosa era hacerlo tras los visillos de tu cortina y otra mostrarlo en pantalla grande. El joven Norman Bates y un agujero en la pared. El obsesivo Scottie y un par de medias tendidas. El inválido Jefferies y un teleobjetivo. Una vez más, Hitchcock se adelanta a su tiempo a la hora de mostrarnos las facetas más perturbadoras de la condición humana, de una forma dolorosamente cotidiana.
Y es precisamente lo excepcional en lo cotidiano lo que más llama la atención en esta película. Los pequeños detalles que nos cuentan toda una historia, sin necesidad de diálogos ni artificios. Una pierna escayolada, una fotografía y una cámara rota nos hablan de la profesión de Jefferies y de los motivos de su accidente. Un maletín abierto y su contenido, o una mano señalando un anillo de bodas, ponen el foco sobre el rumbo que está tomando la relación entre el fotógrafo y su novia (una impresionante Grace Kelly). De igual forma, cada escena protagonizada por los vecinos nos pone al tanto de los vericuetos de sus vidas: la bailarina que solo piensa en divertirse, la pareja de recién casados, el músico, la mujer solitaria, la pareja sin hijos… Seguiremos cada episodio con una sonrisa cómplice o un gesto de preocupación, porque Hitchcock consigue que nos importen sin apenas tiempo en pantalla. Hoy en día, habríamos asistido a tres horas y media de metraje, con largos y profundos diálogos y tiros de cámara imposibles pero “necesarios” para desarrollar cada personaje y contarnos su historia.
En La ventana indiscreta el artificio no está en la cámara, sino en el inmenso escenario que tuvo que construirse en los estudios Paramount para hacer posible el principal objetivo de Hitchcock: que el espectador viera a través de los ojos de Stewart. El director nos convierte en mirones, y la pantalla en el enorme ventanal del apartamento de Jefferies. En total se construyeron unos 30 apartamentos en cinco pisos, parte de los cuales estaban totalmente amueblados y disponían de agua y electricidad. No es de extrañar que la actriz que interpretaba a la bailarina prefiriera quedarse tranquilamente en el suyo durante los descansos. Hitchcock decidió, sabiamente, que su lugar como director estaba junto a la ventana desde donde habría de rodarse casi toda la película. Solventó el problema de la distancia a la hora de dar indicaciones a los actores por medio de un sistema de auriculares perfectamente camuflados.
En ocasiones, el director sabía que la mejor banda sonora de una película era la ausencia de la misma. Un claro ejemplo de este principio lo tenemos en Los pájaros, aunque La ventana indiscreta no se queda atrás. Exceptuando unos breves compases al inicio y al final de la película, el resto de la música será diegética, y la disfrutaremos al tiempo que el resto de los habitantes del edificio. De igual forma, los sonidos de la calle y del patio nos llegarán con la misma claridad que a nuestro protagonista.
James Stewart nos da lo que esperamos en cada momento, aunque en mi modesta opinión su imagen casa más con la de un típico padre de familia según el modelo americano que con la de un aventurero fotógrafo. Tal vez es lo que el director pretendía mostrarnos, esa dicotomía entre lo que Jefferies pretende ser y lo que todos sabemos que terminará siendo. Aunque la reina de la función es Grace Kelly, que con su exquisito vestuario, sus zapatos de tacón de aguja y la iluminación más divina es capaz de darnos una clase de parkour sin despeinarse. Hitchcock siempre tuvo fama de no tratar bien a sus actrices, aunque irónicamente siempre las hizo brillar en pantalla, y siempre dotó a sus personajes femeninos de un carisma sorprendente para la época. Sí, tal vez la bella Lisa quiera “cazar” a Jefferies, pero desde luego no tiene necesidad de ello. Es independiente económicamente, trabaja en el mundo de la moda, y se muestra valiente y decidida. Grace Kelly consigue que no sólo Jefferies, sino todos nosotr@s, terminamos perdidamente enamorad@s de ella.
La ventana indiscreta ha servido de inspiración para posteriores películas. Quizá la más conocida y apreciada sea Misterioso asesinato en Manhattan (1993), de Woody Allen. Entretenida, aunque de calidad más cuestionable, es Disturbia (2007), protagonizada por Shia LaBeouf. En 1998 se estrenó un remake televisivo (La ventana de enfrente), protagonizado por Christopher Reeve.
Si ya habéis disfrutado de esta película y os interesa un análisis más concienzudo, lleno de información y anécdotas sobre el rodaje, os aconsejo el programa que el podcast Cronocine le dedicó en su primera temporada, y que podéis escuchar aquí.
A propósito de La ventana indiscreta, dijo Truffaut que “somos todos voyeurs, aunque no sea más que cuando miramos un film intimista”. Y es que, no nos engañemos: quien juzga severamente a James Stewart en su papel de vecino mirón en esta película, se olvida de que también el espectador asiste frente a la pantalla no solo a las recreaciones o reinterpretaciones de la vida que son las películas, sino también a las imágenes temblorosas y mal iluminadas que no dudamos en compartir en redes sociales, programas del corazón o noticiarios. Y ni siquiera tenemos la excusa de una pierna escayolada.