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Los pecadores

Si se me lleva leyendo durante un tiempo, no es sorpresa mi amor por los vampiros. En todas sus formas, con todos los tonos y enfoques con sus particularidades, ya sea por adaptaciones por reimaginaciones de historias conocidas por todos, si hay vampiros de por medio mi atención está casi asegurada. Si a ello se le suman aires de western la combinación que puede salir de esa coctelera debe ser una combinación ganadora. Y si encima se trata de una idea original, la celebración debe ser por todo lo alto.

Smoke y Stack son dos hermanos gemelos que se han labrado una reputación en Chicago a principios de los años 30. Ambos están de vuelta en su Mississippi natal con el objetivo de crear un local para la comunidad, donde puedan disfrutar sin preocupaciones y ser ellos mismos. Entre las personas que apoya ese plan está su joven primo Sammie, un guitarrista prodigioso de blues. Pero pronto descubrirán que hay un mal que les acecha y que es peor de lo que podrían haber imaginado.

La ambición de Ryan Coogler a la hora de conjurar a partes iguales terror y western era grande. Pero cual es la sorpresa positiva de adentrarse en la película y ver que hay muchos más elementos que van a dar el cuerpo de la trama: El papel primordial de la música, en particular el blues, con la comunidad negra y como puente entre el mundo real y el mundo fantástico como magistralmente se deja caer desde el prólogo y como ya se había visto en Coco; la crítica social e histórica con el periodo de las leyes Jim Crow en el sur de Estados Unidos y el cine más clásico de gángsters que prima en la primera mitad del filme. Durante la primera parte de la cinta Coogler con sus buenos motivos está más centrado en presentar bien a todos los personajes, sus dinámicas, sus inquietudes y todo su entorno sociocutltural para con el espacio y el tiempo, y en definitiva, en colocar todas las piezas en un ejercicio de cine de autor en consonancia con lo visto en su filmografía pero al mismo tiempo resultando entretenido.

Sin embargo, todo el componente fantástico y de terror está presente desde el inicio de la cinta, ya sea en la escena prólogo, fundamental para comprender las motivaciones de ambos mundos, y la escena de presentación de Sammie, toda una declaración de intenciones donde Coogler no esconde que por encima de todo el público está ante una película de terror. Y junto con ese western que se ha ido dejando caer a lo largo de la primera mitad, algo más pausada pero igualmente vibrante de gótico sureño, los personajes llegan al punto de no retorno, siguiendo casi el mismo esquema narrativo de Abierto hasta al amanecer, donde la cinta se desata sin ningún pudor abrazando por completo el terror y la acción debido a la incursión de los vampiros. La lucha por la supervivencia adquiere otro tono y el western termina de fusionarse con el terror como tan bien hacia el Vampiros de John Carpenter, al igual que el poder que se genera a través de la música diegética y extradiegética a cargo de Ludwig Göransson que un regalo para el alma dando lugar a algunas de las escenas más impresionantes del filme, cargadas de simbolismo y con un despliegue técnico sin igual.

Los pecadores

Entre toda esa acción de la segunda mitad y todo el frenesí que se desata propio de la mejor serie B, los vampiros que plantea Coogler podrían haber quedado reducidos a una burda metáfora de la segregación racial de la época o a un simple “mal” que está por encima de todo. Pero de manera muy inteligente, con pequeñas dosis tanto a través del diálogo como por contundentes secuencias la mitología sobre esas criaturas de la noche se va explicando, mezclando a partes iguales algunas de las características más tradicionales de los vampiros y al mismo tiempo solidificándose su figura de reflejo sobre la liberación, como esa criatura que aun teniendo la condición de monstruo todavía tiene parte de humanidad en algunos casos y que no responde a las leyes de los humanos y sus limitaciones en un ambiente tan hostil y cerrado, resultando en unos vampiros con una oferta compleja y tentadora. Una bendición en algunos aspectos y una maldición para otros, algo que queda perfectamente explicado en el sobresaliente epílogo.

Por supuesto, es una maravilla que en el reparto todos sepan bailar entre ese baile de géneros y estar en perfecta sintonía, comenzando por Michael B. Jordan en un papel dual donde interpreta a los gemelos Smoke y Stack, haciéndolos muy diferenciados y otorgándoles a cada uno su propia personalidad, sus traumas del pasado y sus objetivos de futuro, Miles Caton como Sammie, el tímido e inexperto personaje con el que a través de él el publico se adentra en este universo fascinante y que al mismo tiempo por el papel que juega el blues dentro de la historia, él y su guitarra se convierten en el corazón metafórico de la trama, y Jack O’Connell como Remmick, ese vampiro dispuesto a irrumpir la teórica paz a la que se había llegado en el pueblo, esa amenaza extranjera de tierras baldías y que es temible y divertido a partes iguales, un dignísimo heredero del Cassidy de Predicador y el Severen de Near Dark.

Tras una filmografía de dramas indies notables, la resurrección de la saga Rocky y sus recordados trabajos en Marvel, Ryan Coogler ofrece aquí su trabajo más complejo y al mismo tiempo más disfrutable. Una historia 100% original en la que el cine de entretenimiento con el cine autoral va de la mano.

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Sacramento

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