Maudie, el color de la vida
Sea porque a mí me das una caja de lápices de colores y una libreta y me tienes entretenida como si hubiera retrocedido a mi más tierna infancia, sea porque las vidas de aquell@s que tienen que pelear con una dolencia crónica me tocan de forma muy personal, la cuestión que este biopic (actualmente disponible en Movistar Estrenos) sobre la artista folklórica canadiense Maud Lewis tenía que entrar en mi lista de películas vistas sí o sí.
Básicamente, Maudie, el color de la vida cuenta de forma bastante fiel (basándose en las filmaciones y declaraciones de la propia artista y del que fuera su marido) la historia de esta mujer tan peculiar que, habiendo sido dejada a un lado por su propia familia, respondió a un anuncio de un pescadero local que buscaba una criada. A pesar de sus reticencias iniciales y hasta de la crueldad con la que llegó a tratarla, Everett Lewis terminó encontrando a una compañera con la que compartir su vida, a una persona maravillosa encerrada en un cuerpo enfermo con la que llegó a parecerle un milagro convivir. La forma tan sencilla y colorista en la que Maud plasmaba la belleza de cuanto la rodeaba a pesar del dolor que la consumía la convirtió en una de las artistas más reconocidas de Canadá, y la pequeña casa en la que vivió, decorada por ella hasta el último rincón con una miríada de flores y pájaros, forma actualmente parte de la Galería de Arte de Nueva Escocia.
Sally Hawkins da vida a Maud en una interpretación que no puede valorarse en su justa medida hasta que te pica la curiosidad y te decides a buscar fotos y filmaciones de la pintora. Es entonces cuando te das cuenta de que si bien físicamente el parecido es limitado (y no ha sido forzado mediante el maquillaje), la actriz ha conseguido transmitir los gestos y, especialmente, la característica sonrisa que Lewis regalaba en todo momento (incluso en los peores).
Por su parte, Ethan Hawke, en su papel del hosco y gruñón marido de Maud, me pareció algo sobreactuado, y aun así, incapaz de hacerme olvidar al actor detrás del rol. Eso hizo que no consiguiera conectar con su personaje, al que en ciertos momentos llegué incluso a tener manía, y que no fuera hasta el tramo final cuando al fin me acostumbrara al enfoque que él o Aisling Walsh, su directora, habían decidido darle.
Conocía la obra de la artista, por lo que esperaba que la fotografía fuera especialmente colorista o arriesgada. Sin embargo, nada más lejos de la realidad. Los paisajes de Nueva Escocia (en realidad recreados a partir de los de la cercana Isla de Terranova), poseen una belleza natural que facilitan la de las imágenes, pero la forma en que han sido fotografiados no destaca por su luz, perspectiva o cualquier otra razón. En este caso, son un simple escenario donde tiene lugar la historia. De igual forma, no se ha tratado de llamar la atención sobre las obras de la artista de una forma “mágica” o visualmente rompedora, como si lo hicieran Tim Burton en Big Eyes (sobre Margaret Keane), Julie Taymor en Frida (sobre Frida Kahlo) o más recientemente Dorota Kobiela en Loving Vincent (sobre Vincent Van Gogh).
Con toda probabilidad, ha sido precisamente mi creencia de que iba a encontrarme con una película parecida a las anteriores (el cartel de la misma así lo vendía), en las que las obras del pintor/a protagonista se convierten en el vehículo mediante el cual contar su historia, la que ha provocado que no disfrutara de esta en la misma medida. Privada de la vida que transmitían las pinturas de Maud, este biopic se queda en eso, en sólo un biopic. Interesante, sí. Emotivo, también. Inolvidable, me temo que no.
