Tras conocer que Jim Jarmusch fue el ganador de la Palma de Oro en el Festival de Venecia este año, me picó el gusanillo por revisitar un tipo de cine que había abandonado hará un par de años. Siendo honesto, he de confesar que no he visionado toda la filmografía del director estadounidense. De hecho, las únicas películas que había visto hasta este momento eran: Permanent Vacation, Los muertos no mueren, y Paterson. A pesar de interesarme las tres películas y valorar su estilo de narración, no sentía la conexión con el cineasta que muchas personas si la tenían. Sin embargo, no fue hasta que visioné Noche en la tierra, que comprendí, realmente, porqué el cine de Jim Jarmusch es tan especial: bastó solo 25 minutos.
Noche en la tierra, es una película episódica que tiene como epicentro una serie de variopintos personajes que trabajan como taxistas en horario nocturno. Cada historia sucede en una ciudad distinta y sus conflictos se desenvuelven en tonos cómicos y dramáticos.

Me encantaría analizar cada una de las historias, pero se me quedaría el texto demasiado largo. En tan solo 25 minutos, todas ellas tienen los suficientes detalles para ser aplaudidas y dignas de un comentario más detallado. Por lo que me limitaré a expresar las emociones y pensamientos que he sentido viendo todas ellas.
La figura del taxista en la actualidad, no deja de ser un servicio de imprescindible necesidad que como seres humanos, hemos normalizado como un medio de transporte más. Entramos al taxi, informamos del sitio al queremos ir, silencio, pagas lo que debes, y sales del taxi. Si bien nos encontramos ante un ciclo totalmente natural, no debemos olvidarnos del protagonista de estos breves encuentros: el taxista. No es casualidad, que en los cinco relatos, sean los conductores quienes inicien las conversaciones, o en su defecto, las alarguen hasta establecer una conexión (en ocasiones emocional) con sus pasajeros. Esta breve, pero intensa interacción, genera un vínculo entre dos personas que puede ayudarles desde entender el sentido de la vida misma, a crear en nuestros recuerdos una situación hilarante que nos acompañará en las cenas de navidad, cuando decidamos hacer gala de nuestra habilidad para relatar anécdotas.

Jarmusch no busca juzgar a ninguno de sus personajes. Simplemente se limita a exponerlos ante la audiencia con sus virtudes y defectos. Esta decisión narrativa, ayuda a que tú como espectador, te sientas un pasajero más en cada una de las historias. Y si hablamos de ellas, es imprescindible no mencionar el gran trabajo que hacen todos los intérpretes. Con caras conocidas como Winona Ryder o Giancarlo Esposito, todo el elenco sabe capturar de manera excelente, el desconcierto de encontrarte con una persona desconocida, y que esta te evoque un sentimiento de lo más profundo y cautivador. El poder de una conversación entre dos desconocidos en la noche, puede ser la esencia más pura que como seres humanos podamos experimentar. Cuando la oscuridad invade las ciudades más emblemáticas del mundo como lo son Roma, París, Nueva York, Los Ángeles o Helsinki, un sin fin de historias de lo más rocambolescas empiezan y terminan en la noche.

A decir verdad, no se si Jarmusch estaría de acuerdo con el significado personal que le he otorgado a su pieza audiovisual. Me gustaría pensar que sí, porque al igual que cuando llamamos a un taxi en mitad de la noche, en el fondo nos gustaría sentirnos atendidos y escuchados durante un espacio de tiempo donde no nos queda más remedio que ser nosotros mismos, aunque tengamos enfrente a una persona desconocida.











