Ondine: La leyenda del mar
En anteriores ocasiones ha comentado por aquí como el cine de Neil Jordan a la hora de abordar la fantasía ha dado algunas películas por las que siento una absoluta debilidad, ya sea con los vampiros en la archiconocida Entrevista con el vampiro y la muy recomendable Byzantium o con los cuentos de hadas clásicos gracias la formidable En compañía de lobos. Con este notable bagaje a sus espaldas, he querido seguir adentrándome en su filmografía, o al menos en su vertiente más fantástica para ver si esas buenas sensaciones persistían.
Syracuse es un pescador irlandés que un día normal “pesca” a una misteriosa chica entre sus redes. Debido a sus extraños comportamientos, no tardará en surgir la sospecha entre los habitantes del pueblo si la chica es una criatura de otro mundo.
A pesar de que la historia posea sin lugar a duda un componente fantástico con el que va a jugar el propio guion de diferentes formas a lo largo del metraje, a diferencia de las anteriores incursiones de Jordan en el género fantástico en esta ocasión la ambientación se centra en el mundo real, dejando de lado toda la fastuosidad y opulencia que casi era su impronta. Sin embargo, pese a la ambientación más ligada a la realidad, toda la puesta escénica que rodea al pueblo es exquisita dentro de sus particularidades: la importancia que se le concede a la actividad pesquera como principal sustento de vida, el gris con tonos azulados de los cielos irlandeses, la erosión del clima en el exterior de la viviendas o el siempre presente alcoholismo entre los habitantes del pueblo debido a las condiciones de este. De este modo, resulta inconfundible la localización de la historia, con sus personajes tristes azotados por la realidad de forma severa pero donde en el fondo aún queda espacio para una pizca de esperanza.
Con estas cartas sobre la mesa, no es de extrañar que la aparición de esa misteriosa mujer, de esta Ondina salida de las aguas del mar, suponga una pequeña bocanada de aire fresco para todos aquellos que se encuentran con ella, ya que sin realizar acciones extraordinarias, esa breve irrupción entre toda la masa gris ya es motivo que júbilo, pues algo nuevo ha llegado a la costa del pueblo, con esa novedad en forma de persona llega un anhelo, un leve rayo de sol en forma de halo de cuento de hadas que demuestra que es posible un cambio en unas vidas que parecían condenadas a una agónica monotonía.
Más allá de que sea una persona aparentemente fantástica la que haga incursión en la realidad, la cinta guarda grandes similitudes con La joven del agua de Shyamalan (incluso puede recordar también, salvando las distancias, a los trabajos de Cartoon Saloon por ese enfoque en la mitología celta, aunque en esta ocasión el público sea claramente más adulto). No solo por el motivo de la criatura que procede de un mundo donde el agua parece ser el principal elemento, ni por el salto de fe que exige en sí la película de invitar a los pueblerinos y a los espectadores por igual a abrazar esa mitología y ese mundo solo con descripciones y palabras, sino por el tono que maneja el filme donde el drama y la comedia tienen cabida no siempre con el mejor de los resultados, el mencionado deje de esperanza, el cómo va jugando la película con su propio mito haciendo gala de metaficción, la paleta de colores más bien fría y que al contrario de la cinta de Shyamalan, aquí el cierre a la historia es bastante desafortunado, pues sin entrar en spoilers, sí da la sensación de que tira por la borda gran parte de lo que había construido con tanto ahínco, dejándolo a una opción fácil e incluso telefilmera y melodramática como final que deja un regusto agridulce.
En cuanto a los actores, si bien Colin Farrell lleva el gran peso de la película como ese padre ex alcohólico que trata a todas luces de ser mejor persona y dejar atrás sus demonios internos, la verdadera robaescenas de la cinta es Alison Barry como Annie, la hija de Farrell en un papel que para una intérprete de tan corta edad resulta difícil, pues sabe manejar la tenacidad con el humor sin resultar del todo irritante y al mismo tiempo se convierte por mérito propio en el corazón de la película por esa capacidad que tienen los niños tan intrínseca de creer en la esperanza y en explicaciones disparatadas.
En resumen, no se trata de la mejor película de Neil Jordan, pero aun así es una fábula bastante bien contada, sin muchas pretensiones y como todo buen cuento de fantasía, con sus claros y oscuros memorables.