Pobres criaturas
La cantante neerlandesa Anouk en el año 1997 lanzó al mercado Nobody’s wife, el segundo sencillo de su disco debut. Inmediatamente el tema se convirtió en un éxito, copando los primeros puestos en las listas de ventas de Europa y de algunos países angloparlantes. Hace 27 años con la letra de la canción Anouk ya se mostraba firme en su convicción de por mucho daño que le hubiese podido causar a su pareja/compañero sentimental, ella no iba a limitarse a ser la esposa de nadie, pues desplegar sus alas era más importante y que no se trataba de la primera ocasión que un hombre había perdido de la cabeza en el peor de los sentidos al tratar de lidiar con una mujer tan libre que no tenía porque rendirle cuentas a nadie. Y lo cierto es que pasan las décadas y la canción y la letra siguen siendo tan potentes como antaño, para bien y para mal. Poco podía prever la joven Anouk que su canción podría ilustrar a la perfección la película de hoy.
Basada en la novela homónima de Alasdair Gray, la historia sigue muy de cerca a Bella Baxter, una joven traída de vuelta a la vida por el brillante pero excéntrico Godwin Baxter, un científico que se dedica a experimentos poco ortodoxos en una Inglaterra victoriana steampunk. Debido a su condición neonatal, Bella está ansiosa por descubrir qué maravillas aguardan en el mundo más allá de la casa donde vive. Al conocer a Duncan Wedderburn, Bella ve la oportunidad perfecta para escapar y emprender un viaje por el viejo continente, una travesía donde conocerá todas las caras de la humanidad y descubrirá facetas de si misma que creía imposibles.
He de empezar el cuerpo de este texto aclarando que no estoy familiarizada con la novela original, por lo que mi aportación sólo podrá ser dada a partir del punto de vista cinematográfico. Aunque referentes literarios y visuales no le faltan, por supuesto, siempre con la lente del más que interesante Yorgos Lanthimos de por medio. Y es que nada más empezar la cinta y leyendo la sinopsis queda claro que gran parte del esqueleto de la historia toma elementos del Frankenstein de Mary Shelley y de la literatura gótica en general. La curiosidad humana por la medicina y el cuerpo humano de las formas más lúgubres, los marcados modales de la sociedad británica de finales del siglo XIX, las decadente y contaminadas urbes o las implicaciones éticas sobre jugar a ser Dios (no es casualidad que Bella llame a Godwin, su creador, como God).
Pero al estar Lanthimos detrás la cosa no es tan simple, pues siempre hay algo más que tomar referentes, por mucho que el material pueda recordar a otras obras ya vistas como pueden ser Alicia en el país de las maravillas o grandes filmes de Tim Burton como Eduardo Manostijeras o La novia cadáver. Su huella no tarda en salir a la superficie por medio del pronunciado uso de planos con ojo de pez, haciendo que la escena parezca más surrealista; los comportamientos extraños de los propios personajes a medio camino entre lo escatológico y lo hilarante, una capacidad como pocos para pasar del drama a la comedia sin que el material que tiene entre manos descarrile, una estructura narrativa muy marcada por episodios, un deleite total y absoluto con la fotografía y el diseño de producción, y por encima de todo, el meollo principal de la película.
Todo el apartado audiovisual que envuelve el filme es sencillamente delicioso, siendo un buen ejemplo de ello los rótulos con los que da comienzo cada episodio. Al ambientar la historia en un mundo steampunk da mucha posibilidad de jugar y moldear las formas de algo ya conocido para presentarlo como nunca se había visto, algo que casa muy bien con el sentimiento coming of age que va experimentando Bella a lo largo del metraje. Londres, París o Lisboa son reconocibles porque son sitios que se han visto plasmados en multitud de postales, pero como suele decirse, el diablo está en los detalles, y son los detalles y el mimo que hacen apreciar aún más el encomiable trabajo de cada escenario. Los tranvías flotantes en Lisboa, el aire gélido pero intelectual y revolucionario de París o ese hollín y el afán por los avances industriales de Londres presentados con construcciones estrafalarias y una fotografía que hace que cada plano parezca una pintura romántica dan el empaque final para crear una abrumadora sensación de estar ante algo nunca visto.
Y si me he deshecho en elogios hacia el envoltorio, debo hacer lo propio con el contenido. Es asombroso lo bien atado que queda todo. Como la fotografía comienza en un blanco y negro que puede chocar a más de un espectador pero que cobra muchísimo sentido cuando se revelan los orígenes de Bella y que guarda relación a como vería un infante el mundo, mucho más limitado en colores en las etapas mas tempranas de su desarrollo; como las revelaciones van dándose en el momento adecuado, conjurando a partes iguales la comedia y el drama, y como la propia Bella, al igual que pasaba con el célebre monstruo creado por Mary Shelley, es un recurso excelente para hablar del ser humano y de la sociedad del momento, pues a veces esa criatura tan extraña y que no casa con la sociedad tiene muchísimo que decir sobre ella, y en ocasiones paradójicamente, guarda mejores intenciones que los seres humanos.
Resulta curioso que tanto esta película como Barbie se hayan estrenado con unos meses de diferencia, pues si hilamos fino podrían ser primas hermanas debido a su temática, que no es otra que la propia liberación femenina en un mundo no hecho para las mujeres y empeñado en no conceder tales libertades, sino hacer de las mujeres un elemento adyacente al hombre. Es fascinante ver al personaje de Bella perder esa inocencia tan pura, infantil y divertida donde al principio le cuesta articular correctamente las palabras como una recién nacida para luego hablar con un vasto vocabulario a medida que va explorando el mundo y su interés por aprender sobre él se vuelve más fuerte. Su bondad también más propia de los niños va menguando a medida que avanza la travesía como es habitual en cualquier etapa de madurez, pero es muy perceptible que esa bondad sigue ahí dentro de ella. Pero poco importa si se comporta como una niña que no tiene en cuenta los códigos de protocolo de la época, que quiere ante todo explorar sin importarle las consecuencias ni quiénes son las malas compañías que se puede topar o si ya es una adulta con un deseo sexual muy marcado, casi imposible de satisfacer e igual de ávido de experiencias que su cerebro, que siempre habrá un personaje masculino que trate de disuadirla de su camino, asegurando que sabe lo que es más conveniente para ella o simplemente para usarla como una marioneta para satisfacer oscuros deseos. Y el gran triunfo de Bella es que, con su creación, su vuelta a la vida, su recreación siendo más precisos, sabe que su camino, sus decisiones y al final del día su vida le pertenecen solo a ella misma, algo monstruoso para los hombres.
Si el trabajo como director de Lanthimos Lanthimos, Tony McNamara como guionista, Robbie Ryan como director de fotografía, la escenografía de Shona Heath y James Price, por mencionar sólo unos nombres de tan magna producción, lo cierto es que Bella no sería un personaje tan redondo de no ser por la increíble valentía y dedicación de Emma Stone. El personaje es un caramelo, pero Emma Stone lo abraza hasta las últimas consecuencias y lo hace icónico en uno de sus mejores trabajos, una interpretación que podría haber caído en un ridículo desastroso, solo que con el don innato para la comedia que ella posee así como la absoluta seriedad para las escenas más dramáticas es apostar a caballo ganador. En menor medida también se puede decir lo mismo de Mark Ruffalo y Willem Dafoe, Duncan y Goodwin respectivamente, las dos fuerzas secundarias que influyen en el posterior devenir de Bella.
Desde La favorita la dupla entre Yorgos Lanthimos y Emma Stone ha dado excelentes resultados. La espera ha sido larga, pero para el deleite de todos ya esta aquí, Y sus 11 nominaciones a los Oscar (poco me parece) corroboran el entusiasmo desatado por este original y poco ortodoxo coming of age.