Post Mortem
Como cada año el Festival de Sitges deja una ristra interesante de películas tras su paso, para los seguidores del terror es casi obligatorio tener una lista con títulos llamativos e irlos recuperando con el paso del tiempo. Y la película de hoy por su sinopsis tenía una premisa bastante atractiva para llamarme la atención, por lo que tenía claro que más pronto que tarde me pondría con ella. Os hablo de Post Mortem.
Thomas es un fotógrafo post mortem en una feria ambulante en Hungría, función que realiza después de una experiencia cercana a la muerte en el campo de batalla de la Primera Guerra Mundial. Un día Anna, una niña desconocida, se acerca hasta la feria y queda fascinada por el trabajo de Thomas, pero también le convence para que haga una visita a su pueblo, un lugar que ha quedado asolado por la gripe española y que parece estar poblado por un gran número de fantasmas.
Al igual que a reciente Overlord, uno de los grandes puntos positivos que tiene la cinta es que sabe perfectamente que se puede sacar petróleo en lo que se refiere al terror usando un conflicto bélico como detonante. O como en este caso sucede, no es solo un golpe de realidad a través de la Primera Guerra Mundial, sino también de una pandemia, dos bofetadas en muy poco tiempo que de manera inevitable arrasan con todo lo que encuentran sin distinción y dejan unas profundas cicatrices en forma de traumas que tardaran mucho tiempo en sanar y para algunos ni siquiera el tiempo será suficiente. De este modo y bajo este contexto tan específico, cualquier trauma causado por la realidad es mucho más crudo que cualquier invención y permite un jugueteo a varios niveles a lo largo de la narración, algo que Péter Bergendy sabe muy bien.
Por si el marco de la realidad no fuera suficiente para generar una sensación de malestar permanente, el hecho de que Thomas se dedique a la fotografía post mortem añade otra capa más de malestar al conjunto. Son numerosas las leyendas negras relacionadas con las fotos de los difuntos o con que la cámara daguerrotipo captase elementos o presencias extrañas en el retrato tomado, haciendo que lo que ya era una práctica (vista con los ojos de la actualidad) macabra lo fuese aún más. Con este planteamiento, no es de extrañar que se juegue con las sombras, los entes, los cadáveres que dan muchísima grima de por sí y en definitiva, con los jumpscares más propiamente dichos, convirtiendo gran parte de la película en una investigación paranormal que podría estar sacada de una entrega de Insidious o Expediente Warren pero ambientada en el corazón de Europa con sus logradas particularidades territoriales.
Pero para bien o para mal, el filme no se conforma con un tono solemne de investigación entre su pareja improbable de protagonistas ni lo deja todo a una lograda ambientación opresiva y que le debe mucho al expresionismo de principios del siglo XX, mucho más propia del reciente cine de terror de A24, sino que va un paso más allá. Pues una vez se empieza revelar qué es lo que realmente está pasando en el remoto pueblo, el tono coge un cariz de serie B y los jumpscares pueden generar carcajadas entre el público, tanto por su tratamiento como por los efectos especiales más prácticos, mucho más cómicos donde uno de sus referentes puede ser Evil Dead, pillando todavía más si cabe con la guardia baja a una parte importante de los espectadores y es cuestión de cada uno decidir si también compra ese tono o no.
Para más particularidades, los dos protagonistas de la película son Thomas y Anna aparentemente no podrían ser más diferentes el uno del otro, tanto que cuesta pensar cuál es el nexo que les une más allá de la casualidad del problema que sufre el pueblo. Y sin embargo, la respuesta está presente desde el primer momento, que se revela sin prisa y con la suficiente sutileza para que se sienta orgánico. Y aunque Viktor Klem y Fruzsina Hais sean unos actores algo más limitados, lo cierto es que la fortaleza de su vínculo casi paterno filial lo sacan adelante de forma muy solvente.
En líneas generales, se trata de una película que demuestra que a veces no hay que inventarse mundos fantásticos ni criaturas grotescas, pues el horror principal de la realidad ya es más que suficiente, por mucho que se empeñe en darle la particularidad de un tono más humorístico dentro de todo ese horror y que sigue sin desentonar del todo.