Si tocara hablar de grandes nombres en el terror contemporáneo, el nombre de James Wan saldría muy rápido a la palestra. Y como no, siendo una persona que independientemente de lo que se piensen de sus películas, lo cierto es que han dejado una impronta importante en el género. Sorprendentemente más allá de sus labores como director y productor de terror, es también notable su incursión en blockbusters como Fast and Furious 7 o Aquaman, demostrando que aunque se mueva como pez en el agua con el terror no tiene miedo de adentrarse en otro tipo de géneros y producciones. La película de hoy justo está a medio camino entre su sello más primigenio y su capacidad de adaptación fuera del terror.
Nick Hume es un hombre que lleva una vida tranquila con una familia a todas luces perfecta. Pero un día toda esa vida idílica se rompe al ser Nick el único testigo del brutal asesinato de su hijo. A partir de ese momento Nick decide vengarse de los responsables del asesinato, pero su venganza tiene un precio muy alto y es que no sabe exactamente a quién le ha declarado una guerra.
Por la sinopsis se puede decir a todas luces que nos encontramos ante una historia de venganza que da justo lo que se podría esperar de ella sin mayores pretensiones. Una venganza que si bien no es tan cruda ni metódica como las que se dan en los filmes surcoreanos, al final del día resulta igual de satisfactoria por como se ha ido construyendo a pesar de que solo esté cimentada a base de clichés. Desde la familia idílica a la que nunca le pasa nada malo, la transformación del padre modélico en un frío y despiadado justiciero hasta los pandilleros de peor calaña de toda la ciudad. Por si fuera poco debido a ciertas decisiones artísticas del montaje donde se nota que la película no contaba con un gran presupuesto, por lo que la edición en muchas ocasiones parece más propia de un videoclip a pesar de que case con el concepto de suciedad, garajes y localizaciones clandestinas donde se ubica la película.
Sin embargo, las carencias artísticas que pueda tener con el montaje o con el desarrollo de trama o personajes las solventa de forma más que notable a la hora de poner en marcha las escenas de acción. En esas secuencias en particular la adrenalina sube por las nubes debido a la innata capacidad de James Wan de saber a la perfección su oficio de poner la cámara en el lugar adecuado para generar una sensación de vértigo e incluso mareo (destaca especialmente una secuencia de persecución en un garaje), una banda sonora a cargo su habitual de la época Charlie Clouser nuevamente con partituras industriales muy pesadas casi calcadas a los temas principales de Saw, tan parecidas que casi podría aparecer Billy en cualquier rincón, y un despliegue de casquería quizá algo más excesivo para una cinta de este calibre y más en consonancia quizás con The Punisher, pero que deja claro los orígenes de Wan en el terror y lleva esa marca a un terreno más que satisfactorio.
Además del buen hacer de Wan tras las cámaras, al ser Kevin Bacon como Nick Hume el protagonista gran parte del peso recae sobre él, cumple a la perfección con su rol de padre modélico completamente transformado en un ser implacable cuyo único objetivo es la venganza y donde solo con el rostro se puede saber el momento exacto en el que pasa del dolor por la pérdida a la rabia más ciega. Igualmente Garrett Hedlund aunque no tenga mucho desarrollo como personaje cumple como el antagonista principal con ese aura de criminal intocable, y lo mismo sucede con John Goodman, que si bien sus apariciones son muy esporádicas cada vez que tiene una línea de monólogo es un placer verlo en pantalla.
En líneas generales, se trata de una película sumamente entretenida pese a algunas carencias que mezcla lo mejor de James Wan de sus inicios y del director más capaz de capitanear un blockbuster.
