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Silent Night - Crítica de la película

Suele ser habitual que una película que a priori aparezca en el horizonte sin hacer mucho ruido, sin generar grandes titulares y sin muchas expectativas acabe resultando una grata sorpresa, como es el caso de la cinta de hoy. Que si bien le tenía echado el ojo tras su paso por el Festival de Sitges, donde generó cierta conversación y logró alzarse con los galardones de mejor guion y el premio del público en la sección oficial, era más adecuado aprovechar las fechas navideñas para verla con un ambiente más acorde a su temática.

Nell, Simon y sus hijos se reúnen por Navidad con un grupo de amigos en una aislada casa de campo inglesa para celebrar la mencionada fiesta. Sin embargo, todas esas ganas de celebración y de pasar un rato agradable pronto se verán opacadas por los sucesos del exterior.

Lo primero que hay que recalcar es que se trata de uno de esos casos donde es mejor entrar a la cinta sin saber absolutamente nada, a ser posible evitando material promocional como tráilers o alguna sinopsis muy detallada. Una vez aclarado ese pequeño detalle, debo aplaudir por el hecho de que de vez en cuando surjan películas de este tipo con el trasfondo navideño, que se atrevan a mezclar géneros a priori imposibles entre ellos o que sobre el papel se verían como una locura, pero que con la práctica terminan funcionando como son los casos de Ana y el apocalipsis o Krampus – Maldita Navidad, que harían un buen programa con Silent Night.

Silent NightComo si de una película de Michael Haneke se tratase, el título se asocia con algo que debería brindar felicidad o por lo menos invitar al optimismo si se tiene en cuenta el contexto navideño, pero al igual que ocurre con la mayoría de los trabajos del director austriaco, ese aparente optimismo del título guarda algo mucho más oscuro, algo que puede intuir desde los primeros minutos del filme, donde el humor negro y la sátira son los claros protagonistas. Esto se debe a que juega con las típicas situaciones que se pueden dar en una cena de Navidad, donde la reunión puede parecer inocente y estar cargada de buenas intenciones, pero a medida que va avanzando la velada los trapos sucios no tardan en salar a la luz acompañados de comportamientos sumamente extraños, generando una sensación de desconcierto e incomodidad pero muchísima mala baba y un extraño don para la comedia.

A medida que va avanzando el metraje, esa comedia negra no tarda en volverse drama y los tonos se van intercambiando cuanto más se va revelando del porqué de la reunión y de los comportamientos. La incomodidad cómica se transforma en malestar dramático, de modo que la bofetada de cambio de tono tiene mucho sentido dentro del contexto de la película pero eso no hace que sea más digerible. Y a partir de la primera incursión dramática, los tonos se van retroalimentando, lo mismo en una escena uno puede reírse por las situaciones clichés que todos podemos haber vivido y en la siguiente escena hay un debate moral y filosófico que pilla con la guardia baja y hace que uno se replantee lo que estaba viendo o cómo actuaría en dicha situación.

Ante esa dualidad de tonos, está muy marcada la diferenciación del espacio. Mientras que el interior de la casa está bien iluminado, hay un ambiente de calidez y una artificial sensación de armonía y hermandad, el exterior es todo lo contario. Vasto, gris, pesado, abandonado y en cierta forma descontrolado, nada que ver con lo que se supone que es la Navidad, pero cuando se revela el porqué de todo, adquiere su significado, que no podría ser más trágico e inevitable. Y en ambos casos la música a través de los villancicos funciona a la perfección. En la casa se adapta a ese ambiente festivo, mientras que en la calle toma matices mucho más siniestros.

Silent Night

Al tratarse de una propuesta que juega tanto con los tonos, tener un reparto que sepa entender al cien por cien ese baile entre la comedia negra y el drama es imprescindible para sacar la propuesta adelante. Y afortunadamente, todos en el amplio reparto saben perfectamente en qué clase de película están, controlan muy bien los tiempos del guion y no dejan lugar a dudas de cuando se trata de un asunto muy serio y de cuando hay que abrazar por completo la locura en forma de humor. Pero entre grandes nombres como Keira Knightley, Matthew Goode o nombres más reconocibles del mundillo del terror como Annabelle Wallis y Sope Dirisu, quien al final consigue la mejor interpretación es Roman Griffin Davis, con un personaje lleno de rabia, que no quiere dejarse abatir por todo lo que pasa a su alrededor y que en el fondo desearía que sus circunstancias fueran otras, por lo que se aferra a un escueto optimismo y que por ese cúmulo logra destacar por sí solo.

En el apartado no tan bueno, el traspaso de tonos no siempre funciona como un reloj, sino que es algo más irregular. Y que por desgracia es inevitable pensar en la comparación de ciertos paralelismos con la situación del mundo actual, por lo que su mensaje y su conclusión pueden resultar dañinos e incluso perjudiciales. Tal vez esto último sea más una lectura muy personal y de hilar muy fino, pero si es cierto que se me ha quedado un regusto amargo con el último fotograma, por mucho que fuera casi inevitable y debía compartir mi opinión al respecto.

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