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Despidiendo a Yang | Filmfilicos, el blog de cine

En 2017 Kogonada dio el paso de dirigir su primer largometraje tras su trabajo como video ensayista con excelentes resultados en una película que merecía más reconocimiento. Cinco años después vuelve a ponerse detrás de las cámaras para continuar con su labor como director y demostrar que su ópera prima no fue la suerte del principiante, sino que su talento se confirma y que posee una visión interesante que merece la pena seguir explorando, por mucho que nuevamente la cinta vaya a tener una visibilidad reducida. Os hablo de Despidiendo a Yang.

Basada en el relato de Alexander Weinstein, la historia sigue a un matrimonio que trata de salvar por todos los medios posibles a Yang, un robot que sirve como mitad asistente mitad niñera para su hija pequeña y al que consideran un miembro más de la familia.

Con esta premisa, Kogonada se mete de lleno en la ciencia ficción más intimista sin dejar de lado su experiencia como ensayista. Y lo cierto es que el resultado visual puede remitir a la filmografía de Alex Garland en cuanto a la composición de los planos, a la paleta de colores donde la tecnología juega un papel importante y crea un ambiente más aséptico pero donde también hay cierta calidez o al ritmo pausado aunque muy medido de la narración dejando que el subtexto profundamente humano poco a poco sea el eje central de la historia, solo que sin la atmósfera tan apesadumbrada del director británico. Por supuesto, nuevamente el montaje juega un parte crucial a la hora de poner en pie la película, de modo que este aspecto posee una precisión milimétrica donde el diálogo se va metamorfoseando con la imagen, dándole un nuevo sentido mediante sutilezas, aprovechando al máximo la simbiosis del audiovisual y haciendo que a su extraña manera resulte interesante lo que cuenta. Por supuesto, también tiene sus licencias para momentos más anárquicos y/o experimentales como los inolvidables títulos de crédito, que además de ser un prodigio en este apartado también ayudan a dar información al espectador sobre el entorno de los personajes y a captar de lleno la atención.

Despidiendo a Yang

Pero sin duda el apartado más sorprendente y el que mejor está resuelto de la cinta es la capacidad que tiene bajo todos los estratos de ciencia ficción para tratar todo tipo de temas humanos de suma importancia: el racismo de las minorías, la importancia de criar a esas minorías en un entorno o con alguien donde dejen de sentirse como un intruso, el valor incalculable de la memoria, las cuestiones más éticas relacionadas con la tecnología, hasta qué punto un robot puede cumplir con las funciones básicas de los humanos, qué tan profundas pueden ser las conexiones generadas por dichos robots o como en ocasiones los padres no saben en realidad que hay detrás de sus hijos. Todos estos dilemas caben en un espacio ciertamente comedido donde se encuentran ligados entre sí. Sin embargo, debido al ritmo y a la riqueza, y por qué no decirlo, ambición temática, de cara al segundo acto y siendo un defecto notable en el tercer acto, hay ocasiones donde la película parece que vaya a la deriva, abandonando su objetivo principal y lanzándose de lleno a la contemplación, algo que cuadra con el microcosmos planteado pero que acaba lastrando el resultado final y disipando el interés.

El limitado reparto cumple muy bien en crear ese ambiente a medio camino entre la frialdad y el aislamiento del entorno junto con los fuertes vínculos emocionales generados en el núcleo familiar. Jake, el personaje de Colin Farrell, sirve como puente entre todo el ambiente más gris y el confort de la familia, ofreciendo a su vez una interpretación muy comedida pero no por ello menos válida, todo lo contrario. Es en esa contención donde va explorando los matices que lo rodean. Y la otra persona a destacar sería Haley Lu Richardson, quien con Ada, un papel muy pequeño, consigue poner patas arriba las creencias más extendidas de los personajes y aportar un nuevo punto de vista con muy pocas escenas pero cruciales para el devenir del filme.

En líneas generales, es una película que desde la sencillez logra un formidable tratamiento de temas a tener en consideración, solo que su resultado no es tan brillante como sus intenciones debido a una afán mucho más contemplativo.

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