El cuervo (2024)
Bien reza el dicho que es más sencillo ver la paja e el ojo ajeno que ver la viga en el nuestro. Es muy fácil criticar el inabarcable número de secuelas, remakes o reboots que Hollywood produce y que engrosan gran parte de la cartelera. Qué fácil resulta hablar cuando se trata de algo que le es ajeno a uno y cómo cambia la cosa cuando tocan cerca de casa. En reiteradas ocasiones he comentado como El Cuervo es mi película favorita, por lo que enfrentarme a esta nueva versión me generaba temor y curiosidad a partes iguales. Finalmente llegó el día de saltar al vacío, temiendo lo peor y esperando lo mejor. Y puedo decir alto y claro que está lejos de ser la absoluta catástrofe que han vendido los medios, ¿pero es eso decir suficiente?
Basada en la novela gráfica homónima de James O’Barr, la historia sigue a Eric y Shelly, una pareja de jóvenes que se conocen en medio de circunstancias adversas. Una noche, los demonios del pasado que creían haber dejado atrás los alcanzan y ambos son brutalmente asesinados. Pero Eric tiene la oportunidad de salvar el alma de su amada, aunque para ello deba volver a la vida y emprender venganza contra todos aquellos involucrados en su fatal desenlace.
Dado que no termina de quedar claro si la propia productora ni los propios implicados se han referido a esta película oficialmente como un remake, un reboot, una nueva adaptación de la novela gráfica original no seré yo quien le otorgue una etiqueta concreta. Puedo entender que Rupert Sanders haya querido romper hasta cierto punto con la estética gótica, rock, noir y de cómic que tiene el filme de culto de 1994 para hacer su versión. Al fin y al cabo, mientras se respetase el esqueleto característico de la historia en relación con el amor que lo puede todo más allá de la muerte y la venganza a causa de la tragedia no debería haber ningún problema. Diría que con algún matiz, las ideas principales de la cinta original y la novela gráfica están en pantalla para esta nueva ocasión, y la historia puede ser la que todo el mundo conoce con unos buenos cambios o una visión y una estética diferentes. Pero por desgracia lo que se ve en la película parece haber cogido un poco de todas partes, se ha tratado de mezclarlo en la batidora esperando que la mezcla final fuese sólida en lugar de resultar en un plato que se puede deshacer una vez le hincas el tenedor.
Sobre el papel la idea de dedicarle tanto tiempo a la historia de Eric y Shelly, el cómo se conocen, el cómo ambos vienen de un pasado que quieren dejar atrás, de cómo son una especie de almas rotas que solo se tienen el uno al otro debería funcionar. Sin embargo, una vez les golpea la tragedia inevitable es difícil sentir algo por cualquiera de los dos, pues aunque haya habido una sucesión de escenas en las que se mostraba su relación como pareja no hay un desarrollo como tal ni motivos para ponerse de su parte y queda una paradoja en la que por mucho trasfondo que se le quiera haber dado a la relación entre ambos, ese trasfondo está vacío y que termina lastrando el resto del metraje.
Es curioso que toda ese intento fallido de desarrollo y de empatizar con los personajes para que luego el detonante tenga sentido tiene una estética muy marcada, donde predomina la luz, los colores más pastel, escenarios abiertos y lujosos y la mayoría de las escenas tienen lugar de día, como si fuera una especie de sueño que podría haber estado incluso mucho más marcado como tal. Y una vez Eric y Shelly son asesinados, las escenas transcurren en espacios nocturnos, con luces de neón, en entornos urbanos y underground, un aspecto más reminiscente de la película de Alex Proyas pero quedándose a medio camino, por lo que no termina nunca de abrazar por completo ninguna de las dos decisiones estéticas quedándose en un acabado más bien genérico en vez de jugar con dos extremos de atmósferas y ambientación.
Diría que sí puede resultar interesante con a priori como la cinta se mete de lleno en el terreno sobrenatural con su villano, tocando el tema de la inmortalidad y abriendo el debate sobre la inocencia, la maldad, el infierno y la posibilidad de la salvación y redención una vez se ha cruzado el umbral de la muerte, temas que son prácticamente el germen de la historia tanto en la novela gráfica como en el filme protagonizado por Brandon Lee. Se agradece asimismo el intento de mostrar un purgatorio/infierno, tratando de ampliar la mitología. Pero llega un punto donde el recurso se vuelve manido y el mentor que tiene Eric en ese limbo es un error de reparto, que no logra ser esa figura de guía, de sabiduría que él necesita y que, como añadido, recita frases que deberían sonar grandilocuentes o al menos con significado para aquellos que sepan de la historia como quien lee la lista de la compra.
Rescatando el tema de la estética, no me detendré excesivamente en el aspecto de Bill Skarsgard como Eric, demasiados ríos de tinta han corrido a lo largo de todo internet. Su faceta como ese chico roto al principio es correcta, y posteriormente como es justiciero vengador más en la línea de John Wick se ve que da lo mejor de sí, aunque no siempre el guion acompañe. Nuevamente, el haber dedicado más tiempo al personaje de Shelley debería haber supuesto un retrato más interesante de ella, algo que en la película del 1994 no se veía tanto pero con unos pocos flashbacks bastaba para contar la relación entre ella y Eric. En esta ocasión el dedicarle tanto tiempo a Shelly, cuando sus decisiones no son las mejores desde el inicio y tampoco resulta especialmente estimulante como interés romántico termina por dinamitar muchos cimientos, por mucho que FKA Twigs posea cierta vulnerabilidad que la haría idónea para ser Shelly, pero su pobrísimo desarrollo como personaje arrastra la película hacia el fondo.
Es una pena porque hay ideas que en teoría deberían funcionar e incluso vestigios de cierta visión artística y de conocer el material, como la escena prólogo con el caballo blanco, los títulos de crédito inspirados en Los hombres que no amaban a las mujeres y Hannibal o la espectacular secuencia en la ópera cargada de acción y gore que demuestra que en un blockbuster todavía se pueden mostrar grandes cantidades de violencia. Tiene elementos muy loables, solo que una vez termina todo queda la sensación de haber estado en una montaña rusa donde cada vez que se veía una subida prometedora acababa desembocando en una caída de golpe, y así sucesivamente. No es un producto para rasgarse las vestiduras y poner el grito en el cielo alegando que es un insulto hacia El cuervo original, pero no puedo negar que salvo por unos pocos vestigios no es particularmente memorable. Si sirve para que más gente descubra o redescubra la película original o se acerque a la novela gráfica, bienvenida sea. Pues tal y como decía Eric, no llueve eternamente.