Hoy quiero hablarles de Elio (2025), la nueva película de Pixar y una de las más atacadas en el mundo digital. Tal vez por su casi inexistente publicidad, por su bajo rendimiento en taquilla o por la misteriosa eliminación de guiños a la comunidad LGBTTTIQ+ que restaron complejidad a su protagonista.
Elio (Yonas Kibreab) es un niño de 11 años que, por accidente, es abducido por una raza alienígena que lo confunde con un embajador galáctico. Así llega al Communiverso, donde descubre un proyecto militar secreto liderado por la Mayor Olga (Zoe Saldaña). Mientras intenta adaptarse a ese mundo extraño, conoce a Glordon (Remy Edgerly), hijo de Lord Grigon (Brad Garrett), quien amenaza con tomar el Communiverso por la fuerza.
Pero el aparente fracaso de esta película me lleva a hacer una pregunta más profunda: ¿Vale la pena seguir haciendo cine?
Es cierto que el contexto no ayudó: Elio se estrenó entre Cómo Entrenar a tu Dragón y Jurassic World, sin muchas oportunidades de brillar. Y la misteriosa eliminación de escenas que representaban diversidad sexual enojó y decepcionó a la comunidad. Sin embargo, creo que lo que ocurrió con Elio va más allá de lo político o lo económico.
Tiene que ver con un retroceso cultural impulsado por la comodidad digital y el aislamiento. La pandemia nos dejó heridas más profundas de lo que imaginamos. Hoy estamos tan habituados a lo inmediato, a lo breve, a lo viral, que enfrentarnos a 99 minutos de una historia no “popular” se percibe casi como una agresión. Pensar incomoda. Imaginar, aún más y es muy triste.
Y no es que Elio sea una mala película. Al contrario. Es una animación hermosa, con detalles cuidados, una aventura tierna que apuesta por la ciencia ficción desde un enfoque sensible. No rompe moldes, pero sí se esfuerza por contar algo distinto. ¿El problema? No tiene un gancho claro que invite al gran público a verla. No hay una fórmula viral que la respalde ni la publicidad que sí han tenido otros proyectos.
Además, la experiencia de ir al cine ha cambiado. Ya no es ese ritual compartido —la sala oscura, el silencio colectivo, el olor a palomitas— sino una actividad que muchos prefieren evitar. Nos hemos convertido en espectadores aislados, con pantallas pequeñas y algoritmos que deciden por nosotros. El espacio público, incluso el simbólico, está en riesgo de desaparecer.
Así que más que castigar a Elio, habría que preguntarnos: ¿Para quién se hace cine hoy? ¿Qué espacio le queda a las historias que no buscan complacer al algoritmo?
Quizá quedamos los de la resistencia: quienes no perdonamos ver efectos especiales en una pantalla diminuta, quienes aún valoramos ese pequeño acto de comunión silenciosa en la oscuridad. Pero… ¿hasta cuándo?
Elio propone. Elio emociona. Y si bien no es perfecta, sí recuerda algo fundamental: que todos necesitamos sentir que pertenecemos, incluso si venimos de otro planeta. Tal vez, con el tiempo, esta película envejezca mejor de lo que creemos. Tal vez, en un futuro no tan lejano, vuelva a hablarnos con más fuerza que nunca. Por ahora hagan la diferencia, vayan a verla y denle la oportunidad de no morir en el olvido.