Fish Tank
Hace un tiempo hice constar por estos lares la fascinación que me había provocado American Honey. Y el nombre de su directora, Andrea Arnold, había vuelto a saltar a la palestra este año debido a su involucración en la segunda temporada de Big Little Lies y todo el posterior escándalo. Sea como fuere, ha llegado el momento de seguir indagando en su filmografía, que hasta ahora deja muy buenas sensaciones. Os hablo de Fish Tank.
Situada en un barrio marginal de Inglaterra, Mia es una adolescente que trata de sobrevivir día a día como puede con un carácter arisco, fruto de la situación en la que su madre no le presta ningún tipo de atención ni ofrece ninguna clase de cariño. El asunto parece complicarse más cuando su madre lleva a casa a Conor, su nuevo novio.
Al igual que hace Sean Baker con Tangerine o The Florida Project, Andrea Arnold en sus trabajos busca poner el foco en personajes o situaciones que se tiende a invisibilizar, y todo ello sin caer en el melodrama ni edulcorar el conjunto más de lo necesario. Tanto en lo estético como en lo narrativo la naturalidad está al servicio de Fish Tank. De este modo, los sucesos se desarrollan con un ritmo más bien pausado pero que generalmente no disipa la atención del espectador, pues hay un carácter imprevisible en cuanto a la narración. Y si la cotidianidad es predominante, la cámara parece fundirse con los pasos de los personajes, especialmente en el seguimiento que hace de Mia casi como si se tratase de una persona que va a su lado. Tanto en sus pasos más calmados y rutinarios como en algún momento que echa a correr, la sensación de estar acompañándola es perpetua gracias al buen uso de la cámara en mano y contribuyendo a cierta percepción de ahogo.
Esa sensación de lo imprevisible viene acompañada de como la cinta va navegando por diferentes tonos. Sin lugar a duda predomina el dramático, pero tiene su buena dosis de momentos cómicos, ya sea por el empleo de lenguaje más soez, alguna situación rocambolesca en consonancia con todo el entorno de barrio marginal o por un simple y genuino alivio. Por si fuera poco, esos tonos juegan continuamente con la ambigüedad, de forma que el espectador en más de una ocasión se puede cuestionar si está bien el reírse un poco de la situación o si por el contrario, el revés va a ser más grande. Este equilibrio entre tonos y en un entorno similar es parecido a lo que se ve con éxito en Shameless.
Otra de las marcas que parece tener la directora respecto a sus películas es como la música parece tener un rol casi protagonista. Tanto para enfatizar las sensaciones de los personajes y de todo el entorno como por el efecto catártico que produce en este caso. Mia solo encuentra cierto consuelo a través de la música y el baile, concretamente el baile urbano (cuyas escenas están filmadas sin ningún alarde de lucimiento ni grandilocuencia), y asimismo es un elemento fundamental para entender su actitud y su frustración más allá de los problemas que tiene en casa con su familia.
Si hay que hablar de Mia, no se puede obviar la interpretación de la joven actriz Katie Jarvis, quien pese a la naturalidad reflejada y a la rabia que expresa, cuesta creer que sea debutante en este papel, pues pasa la prueba con nota alta. Hay que destacar también a Michael Fassbender en uno de sus primeros roles en la gran pantalla y cuya mejor arma en este caso es la ambigüedad de su personaje y la sensualidad, o incluso sexualidad conferida. No habría que olvidar a Joanne y Tyler, la madre y la hermana respectivamente que pese a tener un papel más secundario ambas tienen escenas que justifican su presencia en Fish Tank.
El único pero vendría a que en su media hora final, la historia se aproxima demasiado al melodrama de manera más bien torpe y algo precipitada sobre el asunto, dando la sensación de que la situación podría haberse resuelto de forma diferente y no habría tanta ruptura con lo anterior. Pero por otro lado es comprensible que se necesite un crecendo mínimo para los acontecimientos y desembocar en un cierre catártico, o más bien liberador.