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La caída de la casa Usher

Desde 2018 el nombre de Mike Flanagan ha sido sinónimo en Netflix durante el mes de octubre de una nueva serie encargada de dar el pistoletazo de salida a la temporada de Halloween. Durante su trayectoria con la plataforma, Flanagan ha cogido historias de autores del terror tan variopintos como Shirley Jackson, Henry James, Stephen King o Christopher Pike con diferentes resultados. Para su despedida de Netflix la costumbre no cambia, y se atreve nada más y nada menos que a abordar algunos de los relatos de Edgar Allan Poe y darles su particular toque personal.

Basada en la historia homónima de Poe y en algunas de sus otras historias más célebres, la trama sigue a Roderick y Madeline Usher, dos hermanos que a lo largo de los años han sabido labrarse todo un imperio de riqueza a través de la venta de medicamentos en la farmacéutica Fortunato. Pero toda la fortuna que han amasado durante su vida tiene un precio y es hora de que la dinastía familiar lo pague. Atormentado por los brutales acontecimientos que han sacudido a los Usher, Roderick se dispone a narrar su historia a modo de confesión ante un viejo conocido, Auguste C. Dupin.

La idea de traer el esqueleto de La caída de la casa Usher a la actualidad y enlazarlo con los temas de codicia, corrupción moral y la crisis del abuso de medicamentos que está sucediendo en Estados Unidos es cuanto menos una idea curiosa y ambiciosa, especialmente porque supone que durante la mayor parte de serie conferirle una nueva atmósfera a la historia. Pero esto no tiene que ser automáticamente malo, ya que en varias ocasiones las adaptaciones de Flanagan se han saldado con resultados muy positivos al entender a la perfección el material original y transformarlo en algo mucho más rico. Incluso la nueva serie de Entrevista con el vampiro es un gran ejemplo de un adaptación traída al contexto actual con grandes virtudes.

La caída de la casa Usher

En esta ocasión la idea está ahí, pero donde falla es en el tono. Se puede entender que la obra de Poe requiere de un carácter lúgubre y solemne en sus narraciones si se toman las páginas de manera tan literal (y cuando hablo de literal me refiero principalmente a que hay personajes que se dedican a recitar pasajes y poemas en medio de la conversación), y es algo que funciona muy bien en las escenas a lo largo de los capítulos donde Roderick Usher le narra los acontecimientos a Dupin. Sin embargo, ese tono más serio empieza a resquebrajarse cuando el comentario o más bien la crítica está dirigida a problemas de la actualidad. La dependencia que generan los medicamentos, los fines ruines en los que las grandes corporaciones buscan llenarse los bolsillos saltándose cualquier convención ética, la gente a la que se debe pisotear para llegar a lo más alto de la pirámide, como debido a todo el dinero reunido los ricos se vuelven intocables desde los puntos de vista legales o la búsqueda a toda costa de la inmortalidad son temas que podrían estar muy bien integrados en la crítica que propone Flanagan y donde no le falta razón en su punto de vista. Solo que al usar la sátira hay que dejar un poco de lado los alardes de grandilocuencia que para bien o para mal es la seña de identidad de Flanagan con sus monólogos convertidos en soliloquios que llegados a un punto se vuelven redundantes.

Por si fuera poco, a la hora de la verdad al final de cada capítulo cuando cada uno de los descendientes directos de Roderick debe morir con una anticipación divertida digna de Destino final, un juego de luces que busca emular la mejor tradición del giallo y cada muerte es una referencia directa a cuentos como La máscara de la muerte roja, El corazón delator o El gato negro (que en su mayoría están muy bien reinterpretados a la actualidad aunque da rabia que las alusiones sean tan breves), por mencionar unos pocos, uno esperaría un tono de caos y cero vergüenza si la intencionalidad desatar tales cantidades de sangre y dejar imágenes brutales sobre los asesinatos. Lamentablemente, ni siquiera en este aspecto es suficiente, ya que da la sensación de que el propio Flanagan está contenido en la forma y la sustancia. Salvo momentos muy puntuales, ni la dirección, ni la escenografía, ni la fotografía brillan tanto como cabría esperar, por lo que el tono al final se acaba quedando en una extraña tierra de nadie donde no funciona ni la absoluta seriedad ni el intento de mostrarse un poco más brutal.

La caída de la casa Usher

Con tan amplio reparto lo cierto es que hay interpretaciones para todos los gustos. Hay algún actor que entre el baile de géneros no está en sus momentos más inspirados. Pero por el contrario, hay algunos que no necesariamente gracias a los monólogos se adueñan de la función en cada escena donde hacen acto de presencia. Bruce Greenwood, Mark Hamill o Carla Gugino son algunos de los ejemplos más claros de comandar la presencia en la escena ofreciendo trabajos muy notables solo por la absoluta convicción con la que recitan sus líneas y porque también a la hora de la verdad el tono más solemne en la mayoría de las ocasiones es para ellos. Kyliegh Curran destaca también entre todo el reparto, pero más que por méritos propios por ser quizás el único personaje al que se le puede coger unos mínimos de simpatía frente a toda esa pandilla de seres despreciables que son los Usher, donde uno solo quiere que llegue el instante del golpe de gracia final para cada uno de ellos. Y la otra mención muy honorífica y personalmente la mejor interpretación de la serie corre a cargo de Willa Fitzgerald como de Mary McDonell, siendo la versión joven y actual de Madeline Usher, un personaje calculador, con unos objetivos muy claros dispuesta a arrastrar por el fango a quien sea con tal de lograrlos pero a su manera siempre queriendo lo mejor para su familia más cercana. En definitiva, todo un caramelo de personaje que en sus dos versiones en uno de los puntos álgidos de la miniserie.

Lo onírico, la locura, la ambición desmedida, la muerte e incluso el miedo que tan presente está en la obra de Poe tiene destellos en los capítulos, por lo que no puede decirse que su esencia ha sido borrada. Pero nuevamente, hay que hacer un esfuerzo de más por vislumbrar con claridad esos elementos, escarbando bien entre la prosa y la lírica que recitan los actores para quedarse con algo entre un batiburrillo donde tal vez habría sido mejor optar por un solo tono o una línea argumental más sencilla.

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