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La cumbre escarlata

De entre toda la vorágine de películas que llegan a través de diferentes medios cada semana, de vez en cuando uno encuentra tiempo para los revisionados. Pero sucede algo muy curioso con volver a ver una cinta, ya que dicha tarea puede tener tres resultados muy diferentes entre sí: que la opinión que se tenía al respecto antes del revisionado permanezca intacta, que empeore de forma considerable o que la primera impresión fuera menos benévola y que con un segundo vistazo solo vaya al alza. En el caso de hoy, la tercera opción ha sido la que ha acabado prevaleciendo en La cumbre escarlata.

Tras una tragedia familiar, la joven Edith Cushing se traslada de Buffalo, Nueva York a Inglaterra con su prometido, el barón Thomas Sharpe. Pero una vez llega a su nueva residencia en lo alto de la cima e impregnada de un color rojo a causa de la arcilla, Edith no tardará en sentirse atemorizada por los oscuros secretos que oculta la casa, unos secretos relacionados directamente con Thomas y su hermana Lucille.

Con una premisa tan predeterminada, no cabe lugar a duda de que se está ante un relato puramente gótico con los correspondientes elementos de dicha narrativa, por lo que hasta cierto punto sí se podría encuadrar dentro del género de terror. Y aunque los elementos propiamente mencionados son una parte fundamental de la historia, lo cierto es que quién se espere un filme de terror al uso saldrá decepcionado, pues es solo un tipo de terror muy especifico donde prima por encima de lo demás el drama romántico e incluso la fantasía oscura.

La cumbre escarlata

Una vez aclarado este pequeño matiz, al tratarse de una película dirigida y escrita por Guillermo del Toro casi que cabría esperar un alarde de originalidad sobre la narrativa gótica. Queda patente que el realizador mexicano conoce a la perfección este tipo de historias y sus lugares comunes, pues están presentes a lo largo de todo el metraje: la ambientación victoriana tanto en una gran ciudad estadounidense como en una mansión aislada en lo más alto de una cima inglesa, la fascinación que había en dicho período de tiempo por la exploración en la medicina, los crímenes violentos que parecen estar a la orden del día, cierto gusto por el proceso industrial y la maquinaria pesada o la metáfora que suponen los fantasmas. Esta última apreciación además es muy autoconsciente en el guion y juega con esa característica hasta el final, proponiendo un ejercicio de metaficción cuanto menos llamativo.

Sin embargo, la película sigue todos los pasos que uno podría esperar de una historia gótica, y quizás estando del Toro detrás uno habría esperado algo más rompedor en cuanto a la narrativa, o incluso que mezclase géneros con un resultado notable. Y si bien la primera parte de la cinta forja unos cimientos interesantes de cara al nudo y desenlace, una vez el peso recae sobre la mansión, el ritmo adolece de cierto estancamiento, el desarrollo se vuelve muy convencional e incluso de cara a la resolución se habría agradecido algo más de profundidad sobre los personajes y sus conflictos, pues aunque se puedan entender sus formas de proceder y que toda esa locura acabe desembocando en algo muy violento, se echa en falta una mayor indagación en los motivos o en la mitología.

La cumbre escarlata

Pero por mucho que la historia resulte sencilla, el gran atractivo de la cinta es todo el empaque visual que lleva detrás. La fotografía que comienza más cálida en la ciudad entre los salones y los despachos para luego volverse mucho más sombría, la paleta cromática de tonos muy saturados de blanco, negro y rojo que componen una deliciosa atmósfera lúgubre salida de un cuento macabro, un vestuario y unos peinados que destacan por sí solos cada vez que aparecen en pantalla y por encima de todo, un monumental trabajo en el diseño de producción con especial mimo en la mansión de la llamada cumbre escarlata, una construcción cuidada al milímetro donde la propia vivienda con una concordancia asombrosa al relato, parece tener vida propia, respirar y supurar todos los traumas que encierran sus paredes, pero a la vez invita a descubrirlos entre habitaciones prohibidas y pasajes secretos.

En cuanto al elenco de actores, lo cierto es que todos casan a la perfección con los roles asignados, que también son todos los arquetipos de la narrativa gótica. Mia Wasikowska cumple como la protagonista atormentada clásica del relato, Tom Hiddleston no puede estar mejor elegido como Thomas Sharpe en su papel para el que logra un buen equilibrio entre el caballero victoriano misterioso, seductor y con heridas que no terminan de cicatrizar. Lo mismo para Jessica Chastain, quien durante toda la película tal vez tenga el rol más frío y distante de cara al espectador, solo que al ir avanzando la trama se va volviendo alguien mucho más siniestro de lo que cabría esperar con la misma frialdad inicial.

En resumen, hay un buen homenaje a los cuentos góticos con unas imágenes en pantalla que demuestran pleno conocimiento del material, solo que no habría estado de más que todo el despliegue visual tan apabullante fuese de la mano de una historia igual de majestuosa.

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