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Mi corazón no late si no se lo dices

Suele ser habitual que con la llegada del nuevo año haya más tendencia al positivismo, al anhelo sobre lo que pueda acontecer durante los próximos doce meses y a apreciar las cosas que más le gustan a uno, e incluso emplearlas de refugio. Y aunque en la mayoría de los casos esas cosas que le gustan tanto a uno suelen ser historias simpáticas, agradables y reconfortantes, en mi caso tengo un concepto de confort algo diferente donde, como no podía ser de otra manera, entra de forma más general el terror y de forma más particular las historias de vampiros.

Dwight y Jessie tienen discrepancias sobre los cuidados que debería recibir Thomas, su hermano pequeño y un chico adolescente con los síntomas del vampirismo. Mientras que Jessie está dispuesta a hacer lo que haga falta por asegurar la supervivencia de Thomas, a Dwight le cuesta entender muchas de las medidas más drásticas que llevan a cabo. Esos desencuentros le llevan a Dwight plantearse la posibilidad de dejarlo todo atrás, pero cuando Jessie descubra sus intenciones hará todo lo posible por mantenerlos a los tres juntos.

En su día comenté con The Addiction como más allá de que el vampiro es una de las criaturas más archiconocidas en casi cualquier mitología o cultura y que sobrevive al paso del tiempo de una manera excelente gracias a su revisión como propio mito, es también una excusa perfecta para que sea empleado como metáfora, que es lo que también sucede aquí. Por supuesto que Thomas tiene algunos de los rasgos más reconocibles de los vampiros: Se alimenta de sangre y la exposición al sol le resulta muy dañina. Pero por el tratamiento que recibe de sus hermanos, Thomas comparte características con un enfermo terminal, alguien que necesita que le provean los cuidados más básicos, que al ver a sus familiares se da cuenta de los sacrificios que hacen por él y que, por mucho que lo intente, no puede controlar ni revertir lo que le ocurre.

De este modo, toda la película construye a la perfección una atmósfera muy opresiva y melancólica en el hogar de la familia, una casa en un suburbio sellada a cal y canto con tal de mantener vivo a Thomas. Y las acciones que Jessie y Dwight llevan a cabo para ello inevitablemente recuerdan a la relación que mantenían Eli y Håkan en Déjame entrar: cruda, complicada, sacrificada, cargada de reproches y con cierta generosidad retorcida donde los actos cuestionables tienen un fin noble. Y aunque la casa sea sin duda el principal foco de la acción por concentrar a los tres personajes protagonistas y ponerlos en una olla a presión que va hirviendo poco a poco, la mejor forma de conocer a los personajes de Dwight y Jessie es fuera del hogar. En el caso de ella, en su trabajo, y en el caso de él, buscando con desesperación a alguien con quien sanar su soledad y el vacío que siente. De esta forma tan inteligente de conocerlos de manera individual, uno logra entender por completo la postura de cada uno, siendo ambas posturas muy entendibles.

Mi corazón no late si no se lo dices

Pese a su gran ejercicio de construcción de atmósfera y la incursión de las bases del vampirismo como elemento fantástico o de terror, a la vista queda que por su trasfondo la cinta es un drama. Y lo confirman las características del cine independiente americano de ritmo más pausado, cámara en mano, leves movimientos de cámara limitados a zooms, una paleta de colores más apagada, la decisión de mostrar la peor cara de la violencia fuera de plano y la elección de que la película esté grabada en 4:3, como si eso la dotase de una capacidad para ser una historia atemporal.

Por supuesto, al tratarse de un reparto tan reducido todos cumplen con un rol específico resultando muy creíbles. Ingrid Sophie Schram como Jessie, quien lleva el control de la casa con un dominio férreo pero que en el fondo solo quiere que todos se mantengan como una familia con vínculos fraternales muy fuertes, Owen Campbell como Thomas con una fragilidad propia de personas con dolencias y Patrick Fugit como Dwight, quien al final del día acaba teniendo el arco de personaje más complicado pero a la vez el más interesante.

En líneas generales, se trata de un drama indie cocinado a fuego muy lento donde el terror y la fantasía sirven más como metáfora para hablar de un problema universal, haciendo que su desenlace por más que se antoje inevitable no deja de ser doloroso.

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