Collective
El año pasado entre las películas nominadas a los Oscar, Honeyland logró dar la campanada haciéndose un hueco tanto en la categoría de mejor película internacional como en mejor documental. Y este año la historia ha vuelto a repetirse muy meritoriamente con un documental que no deja a nadie indiferente, pero con un enfoque y una temática completamente distintos a su antecesor. Se trata de Collective.
El 30 de octubre de 2015 en el Colectiv Club de Bucarest se produjo un incendio durante un concierto que acabó con la vida de 27 personas y dejó un total de 180 heridos. Sin embargo, el número de victimas mortales pronto ascendería, un dato que no pasaría desapercibido y que supondría la punta del iceberg para desenmascarar toda una trama de corrupción en la esfera sanitaria del país.
El documental nada más comenzar hace un trabajo excelente recapitulando los hechos ocurridos tanto aquella fatídica noche de octubre como los acontecimientos principales posteriores. Pero como reza en la sinopsis, esa tragedia es la primera llamada de atención para destapar algo mucho más grande. Y ese trabajo de investigación es la mayor baza de la película, el hecho de derrumbar una a una las fichas del dominó hasta que van cayendo y la podredumbre va saliendo a la superficie. De este modo, se tocan varias piezas del rompecabezas hasta que el espectador y el propio director consiguen hacerse con una imagen general de todo el mosaico.
La cinta se divide en dos partes muy diferenciadas. La primera se centra en la investigación del periódico Gazeta Sporturilor a raíz de unos chivatazos por parte del personal sanitario de algunos hospitales donde trataban a las víctimas del incendio. Es en esta primera mitad donde la película inevitablemente atrapa al espectador debido a que el interés va en crecendo gracias a los nuevos descubrimientos fruto de la investigación periodística que podría recordar a Spotlight y que le hace a uno estar agradecido por la labor y la valentía del trabajo de los periodistas.
Lo cierto es que las revelaciones son muy efectivas, las imágenes de impacto como las del incendio en la sala están muy bien insertadas dentro de la narrativa, usadas en su justa medida para construir un mínimo grado de empatía y los fragmentos más dramáticos van en una progresión al alza. Asimismo, el montaje es tan endiablado que hay ocasiones en las que cuesta creer que lo que se está viendo se trate de un documental y no de una recreación muy cinematográfica de los hechos.
La segunda parte opta por centrarse en el punto de vista del nuevo Ministro de Sanidad tras la dimisión forzada del anterior y toca otros puntos de vista más burocráticos, de modo que llega a hacer una pequeña, pero completa radiografía de la sociedad rumana y sus sectores políticos. Y en la segunda mitad los golpes de efecto y las revelaciones siguen siendo igual de efectivos y sobrecogedores. Lo mismo sucede con el montaje y el ritmo, que no decaen prácticamente en ningún momento. De hecho, lo más probable es que la indignación del publico vaya a más con cada nuevo dato.
El único defecto mínimo que se le puede sacar es que en esos últimos minutos tan centrados en la política el documental parezca más empeñado en defender un postura política con cierta lógica y claridad que en seguir tirando de los hilos para descubrir toda la suciedad subyacente. Resulta igualmente comprensible que el filme acabe con una nota un poco más emocional de manera natural, solo que personalmente eché en falta un ultimísimo golpe de efecto dado que la narrativa no había hecho más que subir.