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Si uno lleva un tiempo leyendo mis opiniones por este sitio, uno puede adivinar con facilidad mis filias. He comentado en varias ocasiones como mi debilidad parecen ser las historias de vampiros, por lo que esta nueva adaptación del chupasangre más famoso en manos de la BBC iba a ser algo que viese más pronto que tarde y con ciertas expectativas.

Basada en la archiconocida novela de Bram Stoker, la historia se sitúa en 1897, concretamente en Transilvania, Rumanía, donde el Conde Drácula prepara su viaje al Londres victoriano para saciar su sed de sangre.

Más allá de que el texto original tenga su relevancia dentro del mundo literario, la figura de Drácula se vuelve todavía más conocida para el gran público a través de sus incontables adaptaciones cinematográficas de la novela y a la multitud de actores que han encarnado al ya icónico personaje, llegando a formar parte del imaginario colectivo, siendo Bela Lugosi, Christopher Lee o Gary Oldman algunas de las representaciones que la gente puede asociar más con el famoso Conde. Y esta miniserie hace perfectamente un trabajo de coger el material literario y sus precedentes cinematográficos para llevárselos a su terreno, y esto incluye la estética propia de la Hammer (especialmente con ese lúgubre y laberintico castillo), la teatralidad y ostentación de Coppola, los personajes inherentes al relato, la estructura narrativa, las reglas de la naturaleza de los vampiros o algunas de las frases del personaje que ya son parte de la cultura popular para darle a todo ello una pequeña vuelta de tuerca y juguetear alegremente con la naturaleza de la historia.

Drácula

A pesar de cierta ambientación tenebrosa, uno de los mayores aciertos de Steven Moffat y Mark Gatiss (creadores de la miniserie) es el humor que emplean. Haciendo gala de un humor muy negro y con mucha ironía, muy propio de los británicos, esta nueva revisión del mito se convierte a ratos en algo hilarante de contemplar. Sin embargo, maneja lo suficientemente bien el tono más humorístico entre los diálogos, las situaciones o los efectos especiales de serie B, con un tono un poco más serio que evita que el espectador se tome lo que ve en pantalla como una burda parodia, creando así un equilibrio que se antojaba imposible y que, para sorpresa de todos, funciona increíblemente bien.

Además de el juego con las referencias del propio mito o del tono, hay que poner el foco en los actores, especialmente en los dos que hacen un duelo interpretativo espectacular hasta el último minuto: Claes Bang como el conocido Conde Drácula, que en lo que dura la miniserie tiene tiempo para ser seductor, manipulador, ingenioso, infundir terror o resultar muy divertido, recogiendo también lo mejor de otros actores hasta darle nuevas capas. Aunque para quien escribe estas líneas sin duda el personaje revelación es del Agatha, interpretado por Dolly Wells, una monja sarcástica y cínica cuya aparente falta de fe regala logra robar cada una de las escenas en las que es protagonista y se trata de un personaje del que es mejor no decir mucho más, pues guarda alguna que otra sorpresa. Ambos actores son otro punto muy fuerte de toda esta revisión textual.

DráculaPero ya que se han mencionado todas las buenas decisiones con sus respectivos buenos resultados, llega el momento de comentar el peor punto de todos: El temido capítulo tres y capítulo que pone el punto final a esta aventura. Si bien es cierto que con los anteriores capítulos había diferencias entre uno y otro, había un cierto hilo narrativo que se mantenía, una cohesión de ideas que parecían ir muy bien encaminadas a un propósito concreto, por muchas licencias que se tomasen, pero que resultaban bien recibidas. No es así con la última parte de la historia, que, para ser justos, ya se dan pistas en el capítulo dos. Sin entrar en spoilers, rompe con lo que hasta ahora se había narrado, dándole un giro innecesario y muy mal ejecutado, que sobre el papel podría resultar hasta cierto punto una buena idea, solo que plasmado en pantalla se cae por su propio peso. Ni siquiera los personajes parecen los mismos y el tono termina por perderse de manera definitiva.

Probablemente pueda resultar un error juzgar con tanta severidad un último acto si los dos anteriores tienen muchos más factores positivos que negativos, pero al romper con todo de una forma tan lamentable y el cerrar de una forma tan insatisfactoria a todos los niveles la historia por un afán de buscar giros de guion a toda costa, es inevitable torcer el gesto y acabar viendo el conjunto como una oportunidad perdida que deja un regusto amargo.

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