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Titane

Después de que Julia Ducournau causase bastante revuelo con su ópera prima Crudo, su segundo trabajo como realizadora ha generado las mismas reacciones, casi con la misma contundencia, pero también con más reconocimiento, pues durante la última edición del Festival de Cannes las reacciones y opiniones no dejaban sitio para la duda de que se trataba de una película que había causado gran impacto y que finalmente logró hacerse con el galardón más importante del certamen, la Palma de Oro, siendo la segunda ocasión en la que una directora era premiada con el reconocimiento más importante del festival y la primera vez que lo ganaba una mujer sin ser ex aequo. Y con toda la conversación surgida en torno a la cinta antes de su estreno, no se puede negar que había ganas de comprobar si todas esas palabras eran ciertas.

Vincent es un padre que se reencuentra con Adrien, su hijo desaparecido tras diez años. Este reencuentro se produce después de una serie de mediáticos y violentos asesinatos que mantienen a la región en alerta.

Si hay algo que es verdaderamente admirable de la película, entre otras de sus muchas virtudes, es la capacidad que tiene para sorprender. No solo a nivel narrativo, donde es imposible vislumbrar con claridad los caminos por los que deriva la historia, sino el cómo va navegando entre varios géneros. Como el filme empieza rindiendo un pequeño homenaje a Crash de Cronenberg con esa bizarra unión entre deseo sexual, exploración corporal, coches y una violencia que no tarda en escalar, tiene tiempo para pasar por la ciencia ficción o la fantasía de una forma muy retorcida, y de repente la maquinaria da una volantazo y vira en otra dirección más enfocada a un bizarro drama familiar con tintes de thriller que el espectador ni siquiera se había planteado para dar lugar a nuevas tramas y subtramas que no hacen más que descolocar, pero que a su extraña manera, esos esbozos van tomando nueva forma y no abandonan los temas iniciales.

Porque por muchas ideas que se sucedan a lo largo del metraje, incluyendo una peculiar relación paterno filial, el foco son algunos de los principales miedos femeninos. El miedo a volver sola a casa, el miedo a toparse con un grupo grande de chicos cuyas intenciones y actitudes no son precisamente buenas, el miedo de ser reducida a un mero objeto sexual por el simple hecho de disfrutar abiertamente de la sexualidad, el miedo a los cambios que se pueden producir en el cuerpo ante una situación desconocida con sus correspondientes pulsiones, miedo a asumir una nueva identidad en una situación de peligro, el miedo inherente que causa el ser mujer en un mundo de hombres o ciertas situaciones que propician la masculinidad tóxica. Por supuesto que es incómodo y violento reconocerse en esas situaciones, pero no por ello son menos ciertas, por mucho que estén bien integradas en el subtexto. No se trata de provocar, se trata de señalar abiertamente esos miedos que muchas veces se callan, que están ahí de forma inconsciente, y que por desgracia, muchas hemos sufrido en carne propia.

Titane

Además de que el subtexto sea magnífico, la dirección de Julia Ducournau es excelente, mostrando un pulso narrativo de acero (o de titanio, já) donde guía al ojo del espectador tal y como ella quiere, tomándose su tiempo para presentar un submundo urbano de neón y carrocería, enfatizando los códigos cromáticos para determinadas situaciones, haciendo un uso de la música perverso pero juguetón, dejando trazas de cierto humor negro entre todo ese mar de sensaciones tan potentes fruto del suspense y la repulsión, y el hecho de que con pequeños detalles sin llegar a ser especialmente explicita o gráfica consiga hacer estremecer al público.

En cuanto a los actores, el gran peso lo llevan Vincent Lindon como el mencionado padre y Agathe Rousselle en un personaje del que es mejor no decir absolutamente nada e ir descubriendo todo de ella a medida que van sucediendo las imágenes en pantalla. Ambos están totalmente entregados en cuerpo y alma a la completa locura que supone la historia, en especial Rousselle, y es de agradecer que se tiren a la piscina con tanta confianza y determinación.

Es comprensible que a muchos espectadores esa locura, una aparente falta de ensamblaje, una extraña coherencia o ausencia de ella, un ritmo irregular cuanto menos, la contundencia del envoltorio y el contenido, o en general lo bizarra que es la propuesta les suponga una gran barrera con la que se den de bruces. Desde luego, la película es algo que no deja indiferente y está destinada a ser amada u odiada, pero para bien o para mal se queda en la cabeza de quien la ve durante una temporada, dando vueltas por las ondas cerebrales mientras la mente trata de dictaminar un juicio al volver a ensamblar las piezas sobre lo que ha visto, y en el fondo, agradeciendo una cinta arriesgada y capaz de sorprender.

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