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Indiana Jones y el dial del destino

No se puede decir que el trabajo que James Mangold tenía entre manos era sencillo. Por un lado debía tomar las riendas de una saga mítica que habían capitaneado durante años Steven Spielberg y George Lucas. Por otro lado, debía quitar el regusto tan amargo que dejó a la inmensa mayoría del público la última entrega de la saga hace ya 15 años, y por último, debía suponer una hipotética despedida para las aventuras del arqueólogo más famoso del séptimo arte. Casi nada. Os hablo de Indiana Jones y el dial del destino.

En esta nueva aventura, Indiana Jones junto con su ahijada Helena Shaw emprenden una carrera contra el tiempo para recuperar un objeto legendario que podría cambiar el curso de la historia. Pero su búsqueda no será fácil, ya que Jürgen Voller, un nazi que trabaja para la NASA, también está muy dispuesto a hacerse con el dial y usarlo para fines siniestros.

Que hay pocos directores vivos comparables a Spielberg es algo que sabemos todos, y este mantra se aplica para su vertiente más palomitera como a su lado de cine más adulto. Y lo cierto es que uno de los puntos a favor de Mangold detrás de las cámaras es que en ningún momento trata de emular a Spielberg. Por supuesto que estamos ante una película de Indiana Jones y debe haber ciertas características pactadas entre director y espectadores, pero también es un aspecto positivo que su director se tome su tiempo en hacer la cinta que él estime conveniente, de modo que se sienta como algo conocido con la suficiente novedad para convencer al público, otra tarea difícil con cualquier saga que se quiere intentar revivir después de varios años por otra parte, y no siempre con los mejores resultados.

El mundo en el que vive Indy no es el mismo que el que dejó atrás, ha cambiado a pasos tan agigantados que él no es más que una mera reliquia, un triste recuerdo de un pasado que se niega a desaparecer. Y nuestro mundo, para bien y para mal, también ha cambiado, por lo que el discurso metaficcional que contiene el filme funciona a varios estratos aunque deja un mensaje muy claro: no se puede hacer una película de Indiana Jones al 100% como las de antaño, pues pertenecen a una época muy concreta que hoy en día son imposibles de replicar. Son piezas que cuyo lugar es un museo y siempre pueden ser observadas por los más curiosos, por lo que hay un tratamiento con la figura de su protagonista similar al de Top Gun: Maverick. Con este enfoque, no es de extrañar que la parte que mejor funcione de la película es toda aquella relacionada con la edad de Indy. Como viejo profesor a nada jubilarse, cómo el mundo ha cambiado tanto que él ya forma parte del pasado y cómo está viviendo su día a día en este entorno. Si bien son breves dichas escenas, son las que más valor aportan al filme, pues encaminan muy bien ese terreno de la agridulce pero inevitable despedida.

Indiana Jones y el dial del destino

Pero como no puede ser de otro modo, lo principal que el público viene a ver con esta película es una cinta de aventuras pura y dura, clásica en el mejor sentido de la palabra. Y aunque le cuesta en arrancar con un primer acto farragoso y un segundo acto que tarda en poner todas las cartas sobre la mesa, una vez traspasadas esas barreras más largas de lo debido, la satisfacción llega con un tercer acto que es todo lo que uno podía pedir respecto a la aventura. Sus acertijos, sus artefactos extravagantes, su pasión por las leyendas de la historia, las obligatorias secuencias con grotescos animales y unas muy solventes escenas de acción. Que solvente no quiere decir extraordinarias, esto no es Mad Max furia en la carretera, Misión imposible o John Wick ni lo pretende, pero si se echan en falta secuencias de acción más espectaculares visualmente hablando al igual que una alguna escena capaz de generar traumas tanto a los más pequeños como a los más adultos, algo que incluso hacia muy bien la malograda El reino de la calavera de cristal. El resumen puede ser que cumple, pero que se le puede exigir mucho más.

Sobre su reparto, pocas sorpresas para aquellos que ya están familiarizados con el trabajo de los actores y con su profesionalidad. Sobran las palabras para Harrison Ford, sin él no se puede percibir al Doctor Henry Jones Jr. como tal, siendo uno de sus muchos personajes legado que deja el actor y que claramente en esta última entrega se lo ha pasado bomba enfundándose el sombrero, la chaqueta y el látigo una vez más. En cuanto a las adiciones, hay que hablar primero de Phoebe Waller-Bridge como Helena, un personaje con más matices de gris dentro de las circunstancias muy divertido que demuestra por mérito propio gracias al buen hacer de la actriz que es más que una sidekick; y por supuesto de Mads Mikkelsen como el antagonista, quien me atrevería a decir que es de los mejores villanos de la saga por su carisma, sus ambiciones y como llena la pantalla con cada aparición.

¿Podría haber sido una despedida mejor al personaje? Por supuesto. ¿Qué se trata de una película muy decente y está lejos de ser el horror que del que habían hablado las primeras críticas? También. Y qué narices, su tramo final consigue ser emocionante con el personaje y su esencia, honrando su legado y calentando el corazón.

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