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Todo a la vez en todas partes

En 2016 Swiss Army Man se volvió un pequeño fenómeno que poco a poco fue ganando adeptos hasta el punto de que el entusiasmo generado por la película la convirtió por mérito propio en una cinta a reivindicar por ser sumamente original, algo que en la actualidad precisamente es de agradecer. Seis años más tarde, sus directores han vuelto a la carga con un nuevo proyecto igual de llamativo y bizarro, respaldado por un apoyo casi unánime de crítica y público con el que daba la sensación de que habían repetido la titánica hazaña de su ópera prima. No es que la hayan igualado, es que han subido el nivel de forma considerable, o mejor dicho, los niveles. Os hablo de Todo a la vez en todas partes.

Evelyn Wang es una inmigrante china en Estados Unidos que, sin pretenderlo, se ve envuelta en una ruptura del multiverso y ella es una pieza clave para evitar que todo ese multiverso termine colapsando sobre sí mismo. Para evitar un desastre mayor, Evelyn deberá emprender un viaje a diferentes realidades para ir adquiriendo habilidades con las que hacer frente a tan temible y misteriosa amenaza.

Dado que en un breve período de tiempo Marvel ha estrenado Doctor Strange en el multiverso de la locura, no es de extrañar que hayan salido comparaciones entre ambas películas ya que ambas parten de un concepto muy parecido. Pero mientras que el filme de Marvel tiene ese aura de evento, de trabajar con unas magnitudes gigantescas (propias por otro lado de un estudio con tantas películas interconectadas a su espalda) así como la ambición que va ligada a estas pretensiones y finalmente un enfoque más cercano a la fantasía más oscura o incluso al terror, en el caso de la película de los Daniels parte de una idea muy sencilla y de la cotidianidad más absoluta, con menos pretensiones y cero complejos de saltar al vacío abrazando por completo un viaje donde prima la aventura y la locura pero donde, por extraño que resulte, hay espacio para todas las posibilidades, incluso aquellas con las que el espectador no podía ni imaginarse. Ambas pueden partir del mismo punto, pero al final el enfoque y la intencionalidad es bien diferente por lo que ambas pueden y deben convivir perfectamente, para fortuna de los espectadores.

Uno de los grandes puntos a favor que de Swiss Army Man y que aquí vuelven a replicar los directores con maestría era la capacidad que tenía para abordar temas profundos bajo un envoltorio en el que a priori no se prestaba a dicho tratamiento. Se agradece la intachable presentación de Evelyn en los primeros minutos, donde con una gran labor conjunta de guion y dirección quedan claros todos los problemas que tiene ella encima, que no son pocos: un matrimonio que ya no se sostiene, una complicada relación con su hija adolescente debido al vacío que siente, un negocio con el que no está satisfecha, un padre que parece no estar nunca conforme con ella y la sensación de estar viviendo su peor versión con muchas aficiones por delante pero sin terminar de decantarse por ninguna.

Todo a la vez en todas partes

Con este explosivo y plausible cóctel, la primera irrupción no tarda en llegar. Y cuando se hace presente agarra al espectador por el pescuezo para llevarlo derechito a un viaje en el que ni Evelyn ni el público dan crédito de todas las posibilidades tan bruscas que se han abierto. Tal vez el detonante sacuda demasiado y puede que la explicación llegue a ser apresurada para algunos, pero una vez se entra en todo un contexto de lo absurdo y donde la escatología es un elemento más capaz de generar las más sonoras carcajadas de forma orgánica, el conjunto fluye con una originalidad y un alarde de creatividad en cada fotograma que llegaba a abrumar, donde es imposible tratar de prever qué es lo que sucederá a continuación mientras persiste la fascinación ante las imágenes que se deslizan por la pantalla.

Y es que si a nivel temático la película es un viaje hacia la más absoluta locura e inabarcable, en una de esas ocasiones que cuesta creer cómo todo está tan bien hilado y que no pierde de vista ni un minuto sus ejes principales que no son otros que las relaciones familiares, los pequeños momentos de felicidad a los que cada uno de nosotros se aferra para seguir adelante y el deseo enquistado de querer sacar la mejor versión de nosotros mismos; todos los departamentos de la cinta están en absoluta comunión para darle el mejor empaque a todas las situaciones rocambolescas, extravagantes y a su extraña maneta, enternecedoras. Un montaje con una precisión de cirujano, una fotografía vibrante, unas escenas de acción que involucran todo tipo de peleas presentadas de las formas más originales y unos efectos especiales al servicio de la historia y no al revés.

Si de por sí el trabajo de dirección y guion de los directores resulta un soplo de aire fresco, lo cierto es que el pilar fundamental es Evelyn, o lo que es lo mismo, Michelle Yeoh. Más allá de la valentía de zambullirse en un proyecto tan alocado como este, a lo largo del metraje tiene la oportunidad de probar que domina la comedia, el drama y la acción sin despeinarse y partiendo de la sencillez de su personaje. Y aunque ella sea el corazón de la cinta y tenga un papel que es un caramelo para cualquier actriz, los secundarios como Ke Huy Quan o Stephanie Hsu no se quedan atrás y hacen un trabajo formidable saltando de un género y tono a otro y distinguiendo a la perfección sus versiones alternativas.

En resumen, se trata de un filme que en apariencia con muy poco consigue grandes resultados gracias a la creatividad que destila su viaje, el corazón que lo envuelve todo y la experiencia que supone su visionado donde ese caos termina siendo muy disfrutable.

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