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Tres mil años esperándote

Hace siete años que George Miller puso el mundo patas arriba con el estreno de ese clásico instantáneo y contemporáneo que es Mad Max: Furia en la carretera. Después de tan rotundo triunfo, no se puede negar que había curiosidad por saber cuál sería su siguiente proyecto dentro de una filmografía ya de por sí ecléctica, y justamente ecléctica sea la palabra que mejor pueda definir su más reciente película: Tres mil años esperándote.

Alithea Binnie es una narratóloga que pese a su solitud parece estar satisfecha con su vida. Durante un viaje a Estambul, una botella en forma de souvenir le llama poderosamente la atención solo para descubrir que la botella encierra a un djinn. Respetando su naturaleza, el djinn le asegura que le concederá tres deseos a Alithea a cambio de su libertad. Sin embargo Alithea conociendo las historias de los djinns al principio se niega siquiera a pensar en deseos, solo que él terminará persuadiéndola a base de contar historias sobre su pasado.

Por si con la sinopsis no quedaba del todo claro, la cinta abraza por completo la esencia de los cuentos desde el primer minuto con recursos como la voz en off y haciendo un magnífico trabajo de metaficción entre continuar con la tradición del relato y la raíz del propio cuento a la vez que la cuestiona, tanto para los propios personajes como para el espectador que cargan a sus espaldas con bagaje narrativo, haciendo que el devenir de los acontecimientos tengan la familiaridad justa para que el público se sienta cómodo pero al mismo tiempo añade un poco de suspense a esa comodidad, por lo que la atención del público está garantizada hasta cierto punto. Y es que el juego que propone Miller entre la familiaridad y la novedad justo incide en la cuestión de porqué al público le siguen encandilando las narraciones, como se van transformando y amoldando con el paso del tiempo, como las historias son una excelente herramienta frente a la soledad y como prácticamente están presentes a nuestro alrededor en casi todas sus formas, quedando un discurso muy romántico ante dicha labor pero no por ello menos loable.

Pero para ir desgranando y llegar al meollo de la cuestión, hay que partir de una situación más general y luego desembocar en lo particular. Es por ello por lo que el primer encuentro entre Alithea y el djinn dentro de sus extraordinarias circunstancias ocurre en un espacio con la más absoluta normalidad, donde ambos personajes intentan conocerse el uno al otro, o mejor dicho, sus anhelos y sus contradicciones, y para ello de la historia principal en teoría mundana se da paso a historias fantásticas, en un recorrido muy parecido a lo que hacía The Fall, donde ambas narraciones se van retroalimentando continuamente. Es entonces cuando se despliega todo un espectáculo fastuoso para explorar lugares y tiempos lejanos, siempre con el hilo conductor del cuento, pero donde la imaginación no parece tener límites a través de los opulentos palacios, los ricos vestuarios con vívidos colores, fascinantes objetos que pueblan dichas historias o la música a cargo de Tom Holkenborg a medio camino entre los sonidos del Medio Oriente y la melancolía de tierras más lúgubres. Y aparte de la película de Tarsem Singh también por cierta ambición narrativa y por su afán de ir interconectando pequeños detalles hasta formar un gran mosaico se le pueden sacar paralelismos con El atlas de las nubes.

Tres mil años esperándote

Ante un proyecto de una envergadura tan magna, multitud de personajes pueblan las diferentes historias, pero el foco son siempre Alithea y el djinn, por lo que de manera inevitable el gran peso recae sobre ellos y los actores elegidos para ellos no podrían ser más idóneos. Tilda Swinton como Alithea representa a una mujer común y corriente, llena de sabiduría y con esa curiosidad innata por las historias y los mecanismos narrativos, un camino intelectual que casi la ha llevado a esa soledad tan preciada para ella. Y por el otro lado Idris Elba como el djinn, que de primeras puede parecer una criatura temible pero cuanto más avanza el metraje más vulnerable se va volviendo, casi más en consonancia con la humanidad con la que durante tiempo convive y donde destaca también su capacidad lingüística para adaptarse a varios idiomas con soltura.

Y sin embargo, por mucho que juegue con la familiaridad del cuento y las historias, bajo ningún concepto es un filme accesible al gran público. Sí, es cierto que su gracia es emplear elementos de sobra conocidos por todos, pero a la hora de plasmar todo ese contenido en pantalla es tan inclasificable y en ocasiones tan caótico en el buen sentido que puede resultar abrumador o difícil de encontrarle un sentido claro. Este problema es especialmente notorio de cara al tercer acto, donde hasta casi el último minuto es complicado hallar un objetivo de cara a los personajes en base a lo que se ha contado anteriormente, y sus decisiones de montaje tan anárquicas tampoco ayudan a focalizar la acción, por mucho que al final todo concluya de forma satisfactoria.

Pero por mucho riesgo que tome y aunque sus decisiones no siempre sean fáciles, de vez en cuando se agradece que llegue a las pantallas una película capaz de desconcertar y a la vez dejar poso para la satisfacción con algo tan sencillo como el poder de contar historias y que recuerde porqué precisamente se reciben con los brazos abiertos cuando están hiladas de forma tan genuina.

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